sábado, 12 de noviembre de 2016

Palabra de gitano o de cómo el sistema sigue perpetuando el apartheid

Palabra de gitano o de cómo el sistema sigue perpetuando el apartheid
Breve disertación sobre la fina línea que separa la necesidad de visibilización de ciertas realidades minoritarias y la perpetuación de estereotipos negativos en los medios de comunicación.
Prólogo
Si en tu barrio, e incluso en tu misma escalera de vecinos, convives con muchas personas que forman parte de un colectivo minoritario, puedes llegar a conocer a muchas de ellas; si en tu ciudad viven solo algunas, puedes observarlas; si en tu puesto de trabajo hay un par de compañeros/as de ese colectivo, puedes compararlos/las para hacerte una idea; pero, ¿y si solo hay uno, de éstos representantes? Como mucho podrás fiarte de lo que él o ella te diga. Incluso es probable, siendo un colectivo minoritario, que no conozcas personalmente a ninguno de sus miembros, y entonces, si has oído a hablar de ellos, formarás la idea que tengas de ese colectivo a través de las representaciones indirectas. Pero, ¿qué pasa cuando no eres solo tú, sino que es una gran parte de la sociedad la que no tiene contacto directo con ninguno de los miembros de ese colectivo? Es en ese momento que el conocimiento general que se tiene de su idiosincrasia pasa de ser real a ser construido mediante el prejuicio.
Si entendemos que el prejuicio es una creencia u opinión preconcebida, dándose la formación de una idea antes de ser partícipes de una situación en cuestión, debería ser de notable necesidad para una sociedad grande -entendiéndola como una masa organizada de personas lo suficientemente extensa como para que no todos los colectivos que la forman tengan la posibilidad de relacionarse entre sí- el obtener una fórmula que permitiese dar a conocer las distintas situaciones de todos los colectivos a los miembros de los otros colectivos, y así no caer en el conocimiento mediante prejuicios que conduce a la perpetuación de estereotipos negativos, tomando especial relevancia, en ese papel de instrumentos de creación de imaginario social, los medios de comunicación de masas (Rodrigo, 2014).

Está claro que el éxito de una sociedad moderna deviene no de la homogeneización de sus ciudadanos, sino del respeto y del entendimiento de la pluriculturalidad, así como del establecimiento de relaciones sanas de intercambio entre los distintos colectivos que cohabitan en el mismo territorio. Es por eso que la reflexión en torno a prejuicios y estereotipos sobre las distintas razas, etnias u otras minorías que conviven con una etnia mayoritaria ha sido desde siempre uno de los temas más polémicos en relación a la creación de imágenes deformadas de cualquier minoría.
De ahí la necesidad de modernizar constantemente el imaginario cultural de una sociedad cada vez más multiétnica y autoconsciente de ello; con los medios de comunicación de masas como responsables de velar, de entre otras instituciones, por la correcta integración de todos los colectivos que forman esa sociedad mediante una representación equitativa y democrática de cada uno de esos colectivos, con tal de que éstos pasen a formar parte del discurso colectivo de forma positiva y no estereotipados negativamente o incluso silenciados.
Es un ejercicio difícil, ya que cuando las representaciones de estas minorías se establecen desde el punto de vista del endogrupo -que vendría a ser el colectivo, en este caso étnico, de referencia al cual pertenece la mayoría-, a pesar de que el objetivo pueda ser, de entrada, facilitar la integración de los miembros del exogrupo -o colectivo distinto en contraposición al endogrupo- en la sociedad, es fácil que dichas representaciones adquieran connotaciones negativas, debido a la existencia del choque cultural evidente: a la desinformación por parte de unos y a la inevitable sensación colonizadora por parte de otros.
Por lo que a nuestro país concierne, y más conociendo nuestra situación comunicativa, que no siempre aboga por tener un carácter público y ético con la totalidad de la ciudadanía, podríamos consensuar que aún estamos en un estado bastante embrionario de lo que vendría a ser la sociedad moderna antes mencionada. Ejemplo es de ello que, desde la democracia, son muchas las voces que han expresado y siguen expresando abiertamente su desavenencia con la imagen que se transmite en nuestros medios sobre qué significa formar parte de unos colectivos concretos y reclaman la necesidad de un cambio con tal de favorecer la integración en la sociedad de todas las personas que los conforman, así como de acabar con el racismo, muchas veces influenciado por esta representación negativa del colectivo.




Estudio de caso
El 10 de febrero de 2013, la cadena de televisión Cuatro estrenaba Palabra de Gitano. Se presentaba como una oportunidad inédita, vientos de cambio y de nuevos tiempos, de otorgar voz a un colectivo hasta el momento silenciado. Por vez primera en la historia de la televisión nacional española se generaba un espacio de fraternidad con la hermética comunidad gitana, un espacio de expresión y de comodidad que propiciaba que nos abrieran la puerta, otrora celosamente custodiada, a su cotidianidad, a sus rituales y a sus celebraciones más ancestrales, con tal de acercarnos y ayudarnos a comprender sus valores y tradiciones más arraigadas (Álvarez, 2013).
El programa pretendía rehusar la imagen de los gitanos sublimada a través de titulares mil y una veces regurgitados sobre narcotráfico, pillaje, precariedad, anquilosamiento cultural y, en definitiva, mala -por no decir imposible- integración en el resto de la sociedad. Era sorprendente el imaginar a la comunidad gitana abierta a enseñar sus tradiciones al público, a mostrarse conciliadora con el resto de la ciudadanía y dispuesta a participar activamente en el engranaje social; y más sorprendente era aún que dicha iniciativa social naciera impulsada por una coproducción de Mediaset España Comunicación y La Competencia Producciones.
No es de extrañar pues, que los creadores de hitos culturales tales como los realities Famosos al volante y Granjero busca esposa, las sitcoms Gym Tony y El Chiringuito de Pepe, o los venerados talk shows Salvame Deluxe y Mujeres y hombres y viceversa, no tardasen en ser denunciados, tan solo tras la emisión de su primer capítulo, por distintas asociaciones gitanas. Entre dichas asociaciones se encontraba Fakali (Federación Andaluza de Mujeres Gitanas), que denunció a la cadena y a la productora alegando, precisamente, que, lejos de abolir el racismo, el discurso de Palabra de Gitano estaba “cargado de estereotipos negativos que atentan contra el derecho al honor y a la propia imagen de la comunidad gitana española” (Miguelez, 2013).

Fakali no es la primera institución que hace un grito de alarma ante la siempre polémica representación de este colectivo en los medios de masas españoles. El pueblo gitano, que representa hoy en día la minoría más antigua y numerosa del estado Español, con un censo que ronda los 700.000 miembros (Giménez y Alonso, 2005), sigue siendo actualmente víctima del desprestigio social con el que tradicionalmente se ha marginado a sus miembros desde tiempos ancestrales. Una imagen que se reitera constantemente en los medios de comunicación, en gran parte a causa del gran desconocimiento de la realidad demográfica del colectivo, y convierte al pueblo gitano en víctima de una tematización social que enfatiza los temas conflictivos relacionados con la condición de clase y el riesgo de exclusión social que padecen algunos de sus miembros, provocando, inevitablemente, una tendencia a asociar la totalidad del colectivo con un sector concreto del mismo (Ramírez-Heredia, 2001).
Palabra de Gitano forma parte de ésta corriente -que recientemente se está poniendo de moda de forma peligrosa en los medios- que aborda el tema de la etnicidad desde un prisma cultural, poniendo énfasis en las tradiciones y formas de vida y pensamiento de los miembros del colectivo en cuestión independientemente de su origen social o nivel económico, pero que peca de un escaso contraste de información y de una focalización estricta y superficialmente folklórica, centrándose en los momentos más vistosos, exóticos y chocantes de su cultura. Como defiende la asociación Fakali, esto solo sirve para que los gitanos sean percibidos como los otros desde el punto de vista de una cultura dominante (Garrido, 2003). Esta percepción los hace parecer distintos, creando un binomio social que diferencia el ellos del nosotros, impidiendo su integración social y fomentando el repudio. Binomio que por herencia cultural remite al espectador medio a un entendimiento ontológico de polaridad binaria y maniquea: lo bueno en oposición a lo malo, lo civilizado en contra de lo primitivo, lo atractivo contrapuesto a lo feo, y, en definitiva, la pertinencia al endogrupo -los de dentro- en contraste con la pertinencia al exogrupo -los de fuera- (Hall, 1997).
No se trata, pues, a diferencia de lo que promueven sus creadores, de un programa hecho para gitanos y gitanas: ningún portavoz acreditado del colectivo étnico ha supervisado los guiones, tan siquiera ha decidido sobre qué temas tratar, a quien filmar o con qué enfoque. El programa forma parte de un amplio dispositivo histórico que promueve un racismo de carácter ferial sobre la fascinación morbosa que desprende el exotismo y el misticismo de pueblos considerados primitivos para el disfrute del resto del mundo civilizado (Sáez, 2013).




Observaciones
Los textos televisivos  son herramientas peligrosas por su poder de institucionalización cultural, al ser capaces de cambiar o de mantener invariables, como es el caso, según qué creencias, siendo capaces de dividir virtualmente la sociedad entre quienes la forman y quiénes no. Desvelar estos mecanismos es importante para mostrar la verdadera naturaleza del racismo, que funciona deshumanizando mediante diversos mecanismos de alienación a las personas y desposeyéndolas de los atributos que los hacen humanos (Sáez, 2013). Un racismo que está instaurado en nuestra sociedad desde tiempos ancestrales y que se alimenta de prejuicios que rigen las concepciones que tenemos de todo aquello que no hemos vivido directamente, y que impiden la inclusión y la exclusión de todas las personas deshumanizadas.
La sociedad conoce datos y hechos de un seguido de situaciones y se crea una impresión, unos valores y, finalmente, unas actitudes hacia estas minorías, creando un lenguaje común que se instala en el subconsciente colectivo. Es complejo abordar el tema y proponer opciones alternativas. La reacción actual de los medios con tal de paliar las críticas recibidas ha sido proponer medidas como la del Colegio de Periodistas de Catalunya, que ha establecido un Manual sobre Minorías Étnicas con el objetivo de contribuir a una sociedad más abierta y solidaria, evitando ciertas referencias con tal de acercarse a una representación más idónea de los grupos minoritarios, por ejemplo substituyendo el término raza, entendido como una cualidad inherente al individuo, por el de etnia, entendido como pertinencia a un grupo (Martín, 2008).
Aunque esas medidas, a pesar de todo, siguen promoviendo una distinción en el momento en que se utiliza el adjetivo étnico para referirse a estos grupos, ya que se vuelve a originar la dicotomía etnocéntrica de lo que es normal en oposición a lo que es étnico. Por lo tanto, los otros son étnicos, mientras que el grupo mayoritario es el normal y el que establece las normas correctas. Según los Estudios Culturales, la hegemonía de las etnias blancas occidentales a lo largo de la historia, sobretodo como consecuencia al colonialismo y a sus relaciones de poder, dominación y subordinación, ha propiciado que pasaran a ser el estándar étnico, la identidad étnica no marcada o la etnia neutra (Barker, 2000). Entonces, se pueden plantear dudas, como de si una cultura puede utilizar sus propios términos para decir alguna cosa sobre otra cultura sin caer inevitable en el acto hostil de la apropiación, o, simplemente, sin reflejarse ella misma en vez de llegar a involucrarse en la alteridad de la otra (Santaolalla, 2005).
El concepto de etnia no debería devenir un motivo de estigmatización per se en una sociedad multicultural, o, al menos, a nivel superficial, pero la representación actual yuxtapone siempre el exogrupo al endogrupo, como por ejemplo cuando se excusa a un individuo por formar parte de un colectivo pertinente. Existen diferencias observables cuando se presenta a un individuo aislado respecto a cuándo se presenta el mismo individuo en el contexto colectivo. En la individualidad el personaje se libera de estereotipos, ya que no se ve condicionado por su contexto o realidad cultural, mientras que en el seno colectivo se adhieren unos rasgos característicos en relación al colectivo que terminan dando lugar al estereotipo.
A su vez, la representación mediante estereotipos produce un efecto perverso en el interior de la propia comunidad, que se ve emplazada a tener que decidir si estos aspectos que aparecen en los medios son reales, a renegar en ocasiones de personas o costumbres de su propia comunidad para intentar dar una buena imagen o a enfrentarse internamente criticando o no a los que salen en el programa.

La necesidad de evitar tópicos, sensacionalismos, sobresaturaciones, magnificaciones o simplificaciones son otras de las medidas que teóricamente los medios tienen en cuenta con tal de representar la realidad objetivamente. Aún así, hay muchos factores que juegan en contra de estas premisas, como son, por ejemplo, la necesidad de captación que condicionan las líneas editoriales, haciendo que a menudo busquen la morbosidad en vez de la objetividad; la falta de la necesaria profundización en el tema que comportaría una buena exposición a los hechos, que frecuentemente se queda en un mero relato del evento; o, finalmente, y ligado a la escasa profundización, el gran peso que se le otorga inevitablemente a cada intervención de un miembro del grupo debido a su escasez -es decir, que cada aparición en pantalla de uno de los miembros se convierte en esencial-, provocando que de ella dependa crear imágenes positivas que puedan contra-restar la ausencia de estereotipos negativos.
Las protestas reiteradas de grupos dentro de la propia comunidad gitana a estas representaciones en los medios denuncian justamente eso. Reclaman la necesidad de tratar de paliar la repetida y continua instauración de tópicos -ya sean peyorativos o no, pero que al fin y al cabo generan estereotipos- como consecuencia de la desinformación y la poca profundización, y denuncian la necesidad de promover la liberación de etiquetas que les impiden progresar socialmente como colectivo.


Conclusiones
                Los cambios son un flujo, no un impasse. Eso es algo que tiene que quedar claro como premisa para tratar de rectificar la corriente de los medios de comunicación actuales de nuestro país. No por cambiar algo obtendremos una consecuencia inmediata, sino que los cambios deberían ir sucediendo paulatinamente en busca de objetivos a más largo alcance. Cambios críticos, tanto con la sociedad que nos rodea como con los mismos cambios en sí, que permitan la posibilidad de rectificación y corrección. Y, por lo tanto, cambios que no cesen, y que se adapten a las necesidades de la realidad de cada momento. Con eso quiero decir que, si queremos que los medios de comunicación dejen de fomentar el apartheid, debemos hacer algunos cambios, en un principio, pero seguir haciendo cambios a distintas escalas y grados a medida que vayamos superando barreras.
Como el subtítulo indica, hay una fina línea que separa la necesidad de visibilización de ciertas realidades minoritarias y la perpetuación de estereotipos negativos en los medios de comunicación. Si nos centramos en las dos frases por separado, se ejemplifica bien la idea que busco expresar. Hay, en efecto, una necesidad de visibilización de ciertas realidades minoritarias de nuestro país cuya representación en los medios, actualmente, es inexistente, parcialmente silenciada o mal tratada. Algunas de estas realidades son, en efecto, vehiculadas por la etnia, sobre todo en los casos de minorías excluidas como el pueblo gitano, y eso no se puede esconder. Existen pueblos de chabolas en los suburbios de muchas ciudades de nuestro país, sobretodo en el sur, habitados por personas de etnia gitana, cuyos índices de paro, de precariedad, de insalubridad, de drogodependencia, de delincuencia y de fracaso escolar son superiores a otros barrios circundantes habitados por personas de etnia ibérica -a falta de existir un término más adecuado- (Izquierdo, 2013). En casos como estos es necesario que se produzca un proceso de visibilización con tal de fomentar la sensibilización de la opinión pública respecto a estas situaciones, gracias a la cual podrá haber una movilización social en su ayuda.
Es inevitable que el discurso adyacente venga vehiculado por la etnia, dada la casualidad de que todos los integrantes de esos poblados de chabolas son gitanos. Esta característica debe hacerse palpable, pero debe tratarse con profundidad y de forma crítica, para que se entienda que estas situaciones precarias, si bien son vehiculadas por la etnia, no son consecuencia de ella, sino de una represión estructural y de una exclusión sufrida de forma tanto pasiva como activa por el resto de la sociedad. A su vez, de la misma forma que se visibilizan esas situaciones de exclusión de algunos miembros de este colectivo, se debe velar por dar voz de forma paralela a otros grupos dentro del pueblo gitano, cuyo nivel de vida y de inclusión sea mejor, con tal de favorecer una discriminación positiva que evitaría promover generalizaciones que conlleven a perpetuar el estereotipo negativo del colectivo.
La colectividad y la discriminación son útiles en términos pragmáticos para protestar y reivindicar injusticias. Por lo tanto, a priori -y entrando otra vez en la lógica de los cambios a corto y a largo alcance-, los cambios que debería hacer el panorama mediático actual, así como el periodístico, serían el de alejarse del prejuicio y permitir a la audiencia entender la totalidad de la situación demográfica de cada minoría. Gracias a ese proceso, permitiríamos que se instalase en el lenguaje común un respeto a la idiosincrasia de la cultura gitana, permitiendo que sean sus integrantes quienes decidan, con total libertad individual, qué rasgos de su cultura aceptar y cuales modificar. En un ambiente de comodidad y de libre expresión se frenaría la autoexclusión, que es la que reafirma los valores más reaccionarios de la cultura gitana -que en mi opinión, como todo fundamentalismo, derivan de la marginalización y de la falta de educación consecuente-, que a su vez son los que fomentan el desprecio del resto de la sociedad hacia sus miembros.
Con esa visibilización total y profunda de quienes forman parte de una etnia se conseguirían superar algunos problemas, pero se seguiría diferenciando un exogrupo del endogrupo general, y, como consecuencia, se seguiría reiterando una estereotipificación racista. Dentro de la lógica de cambios presentada, ésta sería una victoria de corto alcance, a la que deberían aspirar los medios de comunicación con tal de empoderar a las minorías y paliar así la exclusión social. Pero solo sería el primer paso de una larga y lenta cadena de cambios. Aquí es donde entra la segunda parte de la frase, que trata de la perpetuación de estereotipos negativos en los medios de comunicación.

La adjetivación étnica no es necesaria para explicar muchas de las realidades que no conciernen a la etnia en sí, así como tampoco lo son la procedencia, la orientación sexual o la religión de una persona. Para poder andar hacia una sociedad igualitaria en un futuro, la etnia a la que alguien pertenece debería ser una característica no vinculante a su descripción pública como persona. A pesar de ser extremadamente útil para entender cómo se estructuran las distintas culturas, deberíamos intentar no establecer paralelismos que creen binomios de diferenciación (Bañón, 2000).
Pero para llegar a este punto, las instituciones, entre ellas los medios de comunicación, así como también el periodismo, deberían tomar la responsabilidad de educar a la sociedad con tal de normalizar la pertinencia a una etnia minoritaria, y que eso no provoque ningún tipo de choque cultural. Y por normalización no se entiende ocultación y homogeneización, sino conocimiento y aceptación de las diferencias entre las personas: entender a los individuos con sus rasgos culturales como individuos libres de connotación colectiva. Según mi punto de vista, la sociedad debería andar hacia un modelo integrador y a su vez multicultural, que posibilite a todo el mundo formar parte del corpus social, y participar activamente en él, pero que a su vez permita la libre expresión y praxis de la cultura propia.
Como conclusión, este país le debe a su ciudadanía una obvia revisión del oficio de periodista y de la función general de los medios de comunicación respecto a su responsabilidad social. Y, sobretodo, ejercer una presión para modificar los itinerarios actuales de nuestros medios hacia una cada vez más agresiva mercantilización liberal de la información, cuyas consecuencias, como hemos explicado, son, entre otras, la falta de profundización y la parcialidad en la exposición de los hechos, la falta de equidad en la representación de la realidad social, la poca autocrítica y voluntad social, el poco contraste informativo y, en definitiva, el sensacionalismo. Estoy seguro de que esto pasará, que el panorama actual cambiará, pues el mundo avanza y las generaciones cambian de mentalidad, aunque lo hagan muy poco a poco. No de otra forma hubiésemos superado tantos tabús que eran el pan de cada día hace no mucho tiempo. Pero no por eso hay que dejar de intentar que pase más rápido, y es responsabilidad de la ciudadanía aborrecer el paternalismo del sistema actual y presionar para que estos cambios ocurran cuanto antes mejor.




Bibliografía
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