miércoles, 9 de diciembre de 2015

Chavs, la demonización de la clase obrera (Resumen)

JONES, Owen. Chavs: La demonización de la clase obrera. Capitán Swing libros. Madrid, 2011.

A diferencia de lo que pasa con la misoginia, la xenofobia o la homofobia, aún no es políticamente incorrecto referirse despectivamente a los chavs. Incluso se ha vuelto socialmente respetable. El problema no está en el prejuicio, sino de dónde ha salido éste. Las clases dirigente explotan ese odio y ese miedo de las clases medias hacia las clases obreras para mantener el orden establecido. Un miedo que en la mayoría de veces es infundado, pues muchos de los portavoces de ese miedo no están en contacto con las clases bajas y se basan en clichés y generalizaciones.
Después de la Segunda Guerra Mundial se empieza a hablar de la clase obrera en el cine y la literatura, por primera vez, de forma humanizada y realista (un poco idealizada, sí, tal vez). Pero con los 80 llegó el declive socialista, y el auge neoliberal, que creó un entorno dónde era posible desprestigiar a las clases obreras en los medios. A partir de los 2000 irrumpe el término Chav, que engloba todos los peyorativos de la clase obrera en un solo prototipo de persona: Vulgar, poco culta, vaga, precoz y promiscua en la adolescencia, considera no moderada de alcohol y drogas, intolerante y racista, de conducta violenta y vandálica, hooligans, con poca o nula educación y mucho menos clase y estilo…
El termino Chav ha caricaturizado a todo un estamento de la sociedad, vulgarizándolo hasta tal punto que se han convertido en los nuevos bufones de la Gran Bretaña, en el entretenimiento nacional. Son un blanco legítimo para los medios, y cualquier cosa se puede decir en su contra. De repente, la clase social pareció convertirse en una elección de estilo de vida, y la pobreza en una broma de mal gusto. Todo mal comportamiento pasó a ser una elección personal, y no una causa del sistema. Se abolió del imaginario común el concepto de mejoría colectiva a favor del de mejoría personal. La sociedad se volvió individualista. Y como uno solo no se puede enfrentar al sistema, el mundo quedó cerrado para ellos. Los medios de comunicación los excluyeron, la política los excluyó. A partir de ese entonces el sistema era de, para y dirigido a la pequeña clase media. Se confundió, una vez más, a un pequeño sector por el representativo en una sociedad. Y los medios alentaron a aspirar a esa clase media,  en vez de arreglar los problemas sociales.
Los acechaban las derechas, pero también las izquierdas progresistas, que los tachaban de racistas e incapaces de integrarse en la sociedad multicultural; hasta el punto de llegar a ser considerados ellos mismos una minoría étnica, con la consecuente de que todos sus problemas quedaban reducidos a una cuestión de raza. Esa crisis de identidad ha fomentado el mismo desprecio de la clase obrera blanca hacia los inmigrantes. Los partidos de extrema derecha están al alza en toda Europa. No es que la gente sea más racista, sino que es una reacción a la marginalidad y a la debilidad de las izquierdas tradicionales para recuperar la confianza de los obreros. La propia animadversión reafirma más la caricatura del chav, como una persona racista. Han logrado dividir a la clase obrera en etnias.
Ahora todos somos clase media. Los ricos se definen en falsa modestia como clase trabajadora, y una buena parte de la clase trabajadora se define como clase media, por la vergüenza de ser asociados con la incultura o la pobreza. Hay una crisis de identidad. El término clase obrera se ha vuelto peyorativo, cuando la clase trabajadora se define solamente como aquellas personas que trabajan para otras sin demasiada autonomía y que con eso subsisten. ¿Y por qué? Pues porque si borramos a la clase obrera, no hay necesidad de implementar políticas de subsidio para los más necesitados. Con la consecuente, ellos seguirán siendo pobres (y cada vez más), mientras que los ricos seguirán enriqueciéndose, a costa de las penalidades de los demás. El odio a los chavs justifica el mantenimiento del orden establecido.
Pero es un engaño. La precariedad laboral ha aumentado respecto a los 50’ y 60’ y hay menos organización sindical. Con eso, se ha conseguido aumentar la productividad sin tener que subir los sueldos. La nueva economía de servicios provoca que la gente trabaje sin orgullo, se creen estatus inferiores y se desprestigien trabajos que son socialmente necesarios.
El propio sistema educativo se ha visto afectado por esta nueva corriente. Hay un vínculo muy fuerte entre la educación y la clase social. El capital cultural y el entorno cultural en la infancia son catalizadores de las posibilidades laborales del futuro ciudadano. La clase media puede permitirse mantener a sus hijos mientras estos se forman sin remuneración, y ganan la experiencia requerida para acceder a puestos más cualificados y de mayor importancia laboral. Los colegios privados son la forma de garantizar que los hijos tengan un futuro en la cima. La clase obrera ya ni contempla la posibilidad de ir a la universidad. En comunidades deprimidas, dónde el paro es abundante, los chicos no tienen referentes y no confían en una educación que no les va a llevar a ningún sitio. Porque no hay trabajo al final de ésta. Por lo tanto, se podría decir que hay mucha relación entre lo que gana un padre y lo que llegará a ganar su hijo. Se perpetúa la clase.

Y como no hay trabajo, son muchas las familias que recurren al trabajo en negro para subsistir. El sistema de prestaciones es injusto e ineficiente. Hay mucha más demanda que oferta de empleo. Y eso aún incrementa más los prejuicios hacia los chavs, como parásitos del sistema, gorrones y criminales, cuando es justamente gracias a esta demonización que se les está quitando lo poco que tienen. Los reporteros buscan historias estrafalarias que hacen pasar por representativas. Y esas son las excusas de los partidos conservadores y neoliberales para atacar el estado del bienestar. Cuando los culpables de crear estos guetos de pobreza no son otros que la clase dirigente y sus malas políticas sociales. Así se demoniza a la clase obrera. Y con esa excusa se recortan prestaciones sociales.

martes, 3 de noviembre de 2015

Resumen de Huesos en el desierto, Sergio González Rodríguez. Anagrama, 2002.

Capítulo 1. La dimensión desconocida.
Sergio González Rodríguez abre la obra exponiendo el problema de los feminicidios de Ciudad Juárez sucedidos durante la década de los 90’ des de un punto de vista de pájaro (situando el lector en el lugar de los hechos des de una mirada superficial y omnipresente de los acontecimientos); problema que sigue vigente a día de hoy, sin resultados esclarecidos y con escasas responsabilidades tomadas y que, des de 1993, ya se ha cobrado más de 700 víctimas.

El autor establece ya de inicio los tres ejes por los cuales se rige Ciudad Juárez y que son causa y consecuencia de los crímenes contra mujeres: La criminalidad y brutalidad que impera en la zona de Chihuahua; La ineficacia (o, mejor dicho, imposibilidad) de la policía local para frenar el crimen; Y la conmoción ciudadana delante de tales agresiones.

Por otro lado, indica que la resolución de dichos crímenes topa de bruces contra una serie de trabas institucionales que impiden esclarecer los casos o responsabilizar a los verdaderos autores, y, consecuentemente, también impiden terminar con la ola sistemática de violencia y asesinatos de mujeres. El abuso de poder y la brutalidad perpetrada por la policía local, y los empecinados esfuerzos de las autoridades municipales de Ciudad Juárez y gubernamentales del estado de Chihuahua por calmar la opinión pública, desestimando el feminicidio de la agenda mediática, apuntan hacia una conspiración política de encubrimiento de estos crímenes.

Capítulo 2. El mapa difícil.
Para entender el presente de Ciudad Juárez, foco indiscutible de la violencia y el narcotráfico en todo el estado mexicano, debemos estudiar su pasado como ciudad fronteriza con Estados Unidos. La pequeña misión española franciscana nació a finales del siglo XVI como un enclave estratégico para cruzar el vado del Río Bravo, conocido como Paso del Norte, hacia Nuevo México. Durante los siguientes siglos prosperó y se convirtió en ciudad gracias a una economía basada en la producción de distintas bebidas alcohólicas, cuyo crecimiento económico se nutrió del contrabando con los americanos y como destino de ocio, explotando el hecho de disponer de más tolerancia que sus vecinos del norte respecto a los límites de la legalidad. A finales de siglo XX, la ciudad se convertiría en lo que es hoy a causa de una dura y tardía industrialización, basada en la deslocalización de grandes empresas extranjeras, una mano de obra muy barata nutrida de la población flotante de emigrantes provenientes de todo el país, y en la explotación laboral permitida por los caciques locales.

A causa del panorama actual, que incluye pobreza, poca educación y precariedad laboral entre una gran masa de población que viene y va entre El Paso y las zonas rurales del estado de Chiuhahua -además un territorio impregnado profundamente por el crimen organizado-, las autoridades de Ciudad Juárez externalizan el problema a un mal sistémico de difícil solución. Al tiempo que se lavan las manos con este problema.

Capítulo 3. Una muchacha para nunca jamás.
En este capítulo estudian el caso concreto de una de las víctimas, Elizabeth Castro García, de 17 años, que murió en agosto de 1995. En este capítulo, el enfoque es completamente contrario, encontrándonos de lleno en medio del terreno, en un caso concreto, con personas concretas, que hablan e interactúan, para permitir al lector entender una situación tipo para después hacer la extrapolación a todos los otros casos.

Aún así, el estilo sigue siendo frío, técnico-científico, casi quirúrgico; dónde el autor analiza los datos y toma testimonio de forma detectivesca, sin implicarse emocionalmente con las víctimas. Es así como reconstruye el perfil de la muchacha asesinada, que luego resultará ser un perfil repetido por todas las otras mujeres asesinadas: de estrato social obrero, pero joven, atractiva, coqueta, promiscua y con gusto por frecuentar clubs nocturnos. Es así también como des de los medios locales y las autoridades explican los constantes crímenes: Llanamente, porqué las muchachas, por su elección de estilo de vida, aun que sea solo un poco, se lo buscaban. Si las muchachas no vistieran sensuales para salir de fiesta los fines de semana, no se expondrían a los peligros de las calles de una ciudad con tanta afluencia de extranjeros.

Capítulo 4. Criminólogos rodantes.
Delante de la evidencia de las reiteradas muertes, las autoridades decidieron, aparentemente, ponerse manos a la obra, y permitieron la cooperación con expertos detectives, criminólogos y psicólogos de la capital. Estos, después de estudiar el caso, establecieron una serie de propuestas de funcionamiento para los funcionarios de Chihuahua, que son expuestas y diseccionadas metodológicamente por el autor. Critican la falta de procedimiento e ineficacia de las autoridades locales, de nuevo, como también Sergio González Rodríguez apunta de nuevo en la acusación a los medios, por sensacionalistas y vejatorios en el trato a la violencia de género.

Capítulo 5. Cuentos crueles.
A lo largo del libro se aborda el problema del feminicidio des de distintos ámbitos, y es así como el lector se hace un mapa mental de la totalidad de la catástrofe. En éste capítulo se estudia México en general y su historia contemporánea. País de fronteras, de corrupción política y de narcotráfico.

Centrándonos en éste último punto, el autor intenta imbricar el crimen organizado alrededor del tráfico de drogas y los grandes Cárteles del norte del país mejicano con lo sucedido en Ciudad Juárez. Por una parte, critica la imagen que ha dado Hollywood sobre esa zona del país, que dota de prestigio la figura del narcotraficante. Por otra, establece lazos entre el narcosatanismo (relación sincrética entre la santería, la brujería, la violencia y las organizaciones de narcotraficantes, a menudo con vinculación en los cuerpos policiales, devenida en asesinatos rituales) y la pornoviolencia como móviles de los feminicidios.


Capítulo 6. ¡Arriba el norte!
Vuelve a repasar la historia de Ciudad Juárez, des de los asentamientos en Juárez, tierra fértil para la producción de vino y aguardientes; El aumento de población masivo en el siglo XIX, causada por la llegada del ferrocarril hacia el norte; La culminación como ciudad del vicio durante los años 40’ para grandes figuras de la farándula estadounidense; Y, a finales de este siglo, después de la industrialización europea, la decadencia de Juárez como hito cultural de la alta sociedad y la apertura de locales para la nueva población obrera.

Todo esto, junto también al prestigio con el que dotó Hollywood al narcotraficante ranchero, ensalza las modas populares y el triunfo, por primera vez, de una sensibilidad norteña. Un orgullo de raza agreste, dura, gallarda, festiva y sin miedo al mañana.

Capítulo 7. La maldición de la tía bruja.
Relata la biografía del egipcio Abdel Latif Sharif Sharif, presunto asesino serial acusado de ser el cerebro organizador detrás de los feminicidios de Ciudad Juárez, y como de ésta poco se puede entrever a un líder del crimen organizado, sino más bien un profundo acto racista a nivel político y mediático que lo ha convertido en un cabeza de turco. Desacreditado por la prensa, a Sharif se lo acusó presuntamente de ser un asesino meticuloso, nómada y hedonista, motivado por la compulsión sexual y de ser un depredador sexual. Imputado como autor de numerosos asesinatos, al final fue sentenciado solo por uno, después de un juicio con muchas irregularidades y falta de pruebas, y condenado a 30 años de prisión, dónde moriría en 2006.

Capítulo 8. Baño de sangre en la frontera.
En julio de 1997 muere Amado Carrillo Fuentes, conocido como El Señor de los Cielos y capo del Cártel de Juárez. Su muerte desencadena una serie de reajustes en el panorama del narcotráfico mejicano, que se materializan en ajusticiamientos y rencillas a lo largo y ancho del país, pero especialmente en Ciudad Juárez.

De aquí se apuntan teorías y sospechas de que El Señor de los Cielos sigue vivo, amparado por las instituciones y las élites, que a su vez permiten que el narcotráfico opere a sus anchas, a tal punto que es vital para la economía del país. Motivo por el cual se permite (o se alienta) la ineficacia e incluso la corrupción policial.

Capítulo 9. Un superdetective en la dimensión desconocida.
Debido a la impunidad con la que siguen matando mujeres en Juárez, salieron imitadores del asesino serial. A pesar de que Abdel Latif Sharif Sharif ya estaba preso, las autoridades y los medios siguieron difundiendo propaganda efectista contra el acusado y sus supuestos colaboradores, a falta de pruebas para denunciarlo objetivamente. Esta forma absurdamente poco sutil de cargar-le el muerto al egipcio, delató una y otra vez a las autoridades de Chihuahua, a tal extremo de que fueron descalificadas y acusadas por la Comisión Nacional de Derechos Humanos de utilizar procedimientos ilegales y anticonstitucionales.

Capítulo 10. La pequeña Holandesa.
Otro caso específico, pero esta vez la víctima fue una ciudadana europea, hecho que causo cierto revuelo internacional, y presiones por parte de la diplomacia holandesa en el país mejicano, que quedó nuevamente retratado por su negligente falta de procedimiento e (presuntamente no intencionada) incompetencia. Pero una vez más, nadie hizo nada.

Capítulo 11. Muertas sin fin. / Capítulo 12. Los motivos del lobo. / Capítulo 13. Policías bajo sospecha. / Capítulo 14. La defensa imposible.
Cada vez está más claro de que los asesinos y violadores tienen un claro nexo con la policía local, hasta el punto de que algunos de ellos son sospechosos de serlo ellos mismos. La inacción y el encubrimiento policial solo hacen que sembrar el miedo ciudadano. La policía no hace caso a las denuncias y las autoridades afrontan el problema con tal escepticismo delante de la situación de violencia sistémica, que se contagia hacia la misma comunidad. Cuando los autores no son otros que la mafia de narcotraficantes, policías y líderes locales, las autoridades culpabilizan a las víctimas acusándolas de llevar una doble vida, de ser prostitutas, etc.

A finales de 1999, a causa de una investigación más seria, se hacen palpables las evidencias que relacionan a los lugares dónde se hallaron los cuerpos de las víctimas con algunos de los ranchos de las afueras de Ciudad Juárez propiedad de narcotraficantes. Las incoherencias en los procesos judiciales desvelan la profundidad de esta corrupción que afecta a todos los niveles del establishment local.

Capítulo 15. La familia feliz.
A partir de los 2000, empiezan a asomar evidencias que incriminan a altos cargos políticos y militares a nivel federal, aunque estos sigan operando con total impunidad dentro de este ambiente caciquil, amiguista y cooperante con el crimen organizado de los Cárteles, y nuevos cuerpos de mujeres y adolescentes no dejan de aparecer con cada nuevo mes alrededor de Ciudad Juárez. La barbarie es tan comuna que se llega a normalizar, en parte a causa de la actuación de los medios y de la prensa.

Capítulo 16. La Ciudadana X.
Sergio González Rodríguez, que al inicio del libro se mostraba frío y utilizaba una retórica científica y observacional, cada vez va tiñendo más su discurso de nervio, de enfado, de denuncia clara y concisa, ante las reiteradas incongruencias y mentiras por parte de las declaraciones institucionales.

Capítulo 17. Campos de algodón.
La sospecha apunta a que las víctimas secuestradas son conducidas a fiestas secretas, cuya selecta lista de invitados conforma un estrecho círculo de la élite del país, compuesta por señores del narcotráfico, poderosos empresarios y financieros y altos cargos policiales, militares y políticos (incluso queda manchado el propio presidente de la república federal), dónde las muchachas son obligadas a participar en orgías, son violadas reiteradamente y luego asesinadas y abandonadas en las cercanías desérticas de Ciudad Juárez, como un mero acto macabro de entretenimiento.

Capítulo 18. La vida inconclusa.
El sumario interminable de las muertas identificadas entre 1993 y 2002, con todos los datos disponibles de las identidades de cada una de las mujeres, jóvenes y niñas, y cuyo número supera con creces el facilitado por los discursos de las autoridades políticas y policiales.

Epílogo Personal.

Las agencias de justicia gastan más dinero en propaganda y comunicación que en hacer cumplir su deber, impidiendo a los periodistas realizar su trabajo, si hace falta acallándolos con extorsión, miedo, terrorismo de estado e incluso tortura, secuestros y muerte, siendo México uno de los países dónde mueren más periodistas del mundo. El Comité de Protección para Periodistas declara: “Los periodistas mexicanos continúan enfrentando una opción oscura: censurar su trabajo o informar bajo riesgo”.

martes, 29 de septiembre de 2015

La vaca se muere.

La vaca se muere.

Había una vez un pastor madrileño que quería entrar en el negocio Europeo de la leche. Este pastor era dueño de un extraño rebaño, compuesto por una vieja cabra norteña y una joven y fuerte vaca catalana. Para vigilar el rebaño, el pastor contaba con un pequeño churrino gallego, un flaco galgo manchego y un grueso bulldog andaluz que se enfadaban con su amo si no les daba bien de comer.

Para prosperar en dicho negocio, el pastor ideó un magistral plan de crecimiento. Decidió desistir con la cabra, ya que ella siempre había sido muy de ir por libre. Se contentaba con la leche que ella le entregaba a voluntad a cambio de poder seguir haciendo lo suyo libremente por la montaña sin dar muchas explicaciones a nadie. Además, debía reconocer el pastor, sus cuernos parecían peligrosos y hacía muchos años que lo asustaban, siendo mejor no buscarle las cosquillas y aceptar lo que le daba.

Su siguiente paso fue coger toda la leche que le daba la vaca, a cuyas urbes podía acceder fácilmente por ser ella de carácter más dócil y disponer de leche más que abundante para compartir. Con toda aquella leche, y junto con la leche de la cabra, el pastor podría alimentar copiosamente a sus tres perros. Y si sobraba leche, podía ir al mercado y comprar un poco de paja para alimentar a la vaca.

A corto plazo, el plan no parecía efectivo. El pastor no conseguía situarse en el mercado Europeo de la leche y su vaca parecía estar más flaca cada día, aunque, por ser fuerte de condición, seguía produciendo bastante leche. Eso sí, le llenaba de orgullo saber que sus tres perros lo seguían a todas partes con natural fidelidad, perfectamente amaestrados. A diferencia de la vaca. No… La vaca tenía aquella despreciable mirada de desagradecimiento que tan poco soportaba el pastor. Los perros, que se parecen a los amos, dicen, directamente la ladraban cuando ella se atrevía a mugir, aunque aquello no hiciese daño a nadie.

La cabra, a su vez, seguía a su bola.


sábado, 13 de junio de 2015

Es gratis - Arnau Blanch i Eric Griso (Acordes)

Arnau Blanch i Eric Griso – Es gratis

          D                      Bm
El primer día de vacaciones, una siesta ilimitada
   Em                       A
Rascarse los cojones, disfrutar haciendo nada
   D                    Bm
Follar en una fiesta o saberte la respuesta
Em                      A
La piel de gallina recordando el gol de Iniesta
        D                     Bm
Me sabe mal, pero mear, en el mar
         Em                      A
Es un gustazo que nadie me va quitar
      G                        A
Lunes de Juego de Tronos, ver caer al poderoso
    G                   A
Arreglar la sociedad entre todos nosotros
  G                        A
Vivir en un buen libro, un viaje con amigos, 
   G                 A
La posibilidad de acabar haciendo un trío

    D                    Bm
Espabila, que sonreír es gratis
             Em                     A
Regala buenrollismo, orgasmos y harmonía
       D                       Bm
No hay prisa, que ser feliz es gratis
              Em                       A
Entona esta canción y si no sabes improvisa

        D                     Bm
La bienvenida de tu perro día si día también
  Em                    A
Encontrar un billete aunque no sea de cien
         D                     Bm
Llegar a casa por la noche y tener comida en tuppers
    Em                           A
Repasar todos tus dientes cuando te quitan los brackets
    D                 Bm
Y dormir y comer y llorar de alegría
    Em              A
Y beber que la vida son dos días
     G                      A
Aprender un insulto en otra lengua
      G                        A
Emocionarte con un solo de trompeta
          G                   A
El primer sorbo de cerveza en copa congelada
  G                      A
Besitos en el cuello que acaban en mamada

    D                    Bm
Espabila, que sonreír es gratis
             Em                     A
Regala buenrollismo, orgasmos y harmonía
       D                       Bm
No hay prisa, que ser feliz es gratis
              Em                       A
Entona esta canción y si no sabes improvisa (x2)



jueves, 26 de marzo de 2015

Italianamerican - El cine de Scorsese




PRÓLOGO.
Me llevó mucho tiempo decidir cuál podría ser el tema de mi trabajo final de análisis del cine; demasiado incluso, diría yo. Pensando y pensando, filme tras filme, seguía sin encontrar aquel tema adecuado para el que posiblemente sería mi último trabajo de análisis cinematográfico de la carrera. Al principio me planteé hacer un trabajo concentrado en algún elemento concreto, una película o trilogía, no más: pensé que sería más fácil y me ahorraría dolores de cabeza. La verdad es que entre prácticas, trabajos y el proyecto final de carrera a penas tengo tiempo para dedicar a las pocas asignaturas que aún tengo que aprobar para que me den mi diploma de graduado de Comunicación Audiovisual y, sinceramente, mi intención inicial era quitarme dichas asignaturas de encima sin prestarles mucha atención.
Siguiendo por esta misma línea, pero optando por una perspectiva distinta, pensé: ¿Y por qué no aprovecharlo? Rememorando mi paso por la facultad me di cuenta de que este tipo de trabajos eran los que te hacían indagar en el cine y te enseñaban a disfrutarlo a otro nivel. Con estos trabajos había descubierto en los años anteriores a Buñuel, a Bergman y a Kiarostami; aprendido a conocer a Cassavettes, a Kurosawa y a Godard. Decidido, quería conocer a alguien nuevo, un director al que no estuviera acostumbrado, que me sorprendiera, que me atrajera, y empecé a mirar películas aleatorias de autores que conociese poco o nada. Vi a Vidor, a Rohmer, a Wyler, a Kieslowsky y a Tarkovski; Películas que en otro contexto seguramente no tendría la oportunidad o la curiosidad de explorar, por ser poco contemporáneas o poco accesibles. Aún así, no terminé de decantarme por ninguna. A mi cuarto curso, quería encontrar algo trascendental que plasmara lo que ha significado para mí estos cuatro años de carrera y de cine.
No fue hasta que comenté mis dudas con un compañero y éste me dijo: “Oye, ya que estamos, y que el tema es libre, ¿porqué pensar en autores pasados? ¡Haz algo guapo! ¡Algo que te guste, algo de tu época!”; que me replanteé seriamente mi situación vital con respecto al trabajo. La verdad es que siempre había considerado los trabajos de análisis de cine como algo que debía retar homenaje al cine del pasado, como ya he explicado antes. Al cine de la modernidad, o incluso al cine anterior. Que debía buscar un cine exótico, lejano, extranjero. Nuevo, pero a la vez viejo. Conocido, pero a la vez desconocido. Y la verdad es que me di cuenta de una cosa. Como bien me había dicho este amigo, ¿Era este acaso el tipo de cine del que soy espectador asiduo? ¿Eran estas las películas que me han dejado encogido en la butaca de la sala cada vez que he pagado mis 6 o 7 euros para ver un estreno? ¿Eran esas historias las que me han dejado enganchado a la tele sin quererlo un día en el que tendría que haber estado haciendo otra cosa? Ese era un cine que había aprendido a querer gracias a la carrera, a través de mis cuatro años de paso por la facultad, y que seguiría queriendo una vez graduado, y que lo seguiría explorando y descubriendo. ¿Pero eran acaso esos filmes los que me habían hecho darme cuenta de mi amor por el cine? ¿Eran esos los filmes que hacían extasiarme sin comprender por qué, ni por qué se diferenciaban de otros filmes que me aburrían o simplemente no me interesaban?
Cuando no sabía ni que era la puesta en escena, ni la semiótica, ni el montaje expresivo, ni un plan de rodaje tan siquiera, ya veía películas que me gustaban mucho y, con ocho o diez años, cuando me preguntaban que querría ser de mayor, decía que sería director de cine. Pues el cine que me motivaba, que me motiva, era y sigue siendo otro. Cuando vi por primera vez unos vagos momentos del desembarco de Normandía de Spielberg, antes de que mi padre cambiara de canal y me dijese: “Esto no es para ti”; o cuando me levanté de la cama a escondidas para mirar American History X porque no me hubiesen dejado de ninguna otra forma; o cuando un amigo me dijo que tenía el VHS de La Comunidad del Anillo que se la había dejado su primo mayor y la miramos juntos... Eso era el cine con el que crecí. Eso es mi cine.
Aparece aquí mi punto de inflexión a la hora de escoger el tema de mi trabajo. Mi desmotivación venía dada porque estaba buscando en el cajón equivocado. Decidí entonces empezar a hacer memoria de mis películas favoritas; con la intención de explorar algo que ya sabía, pero que querría poder conocer mejor. Mi trabajo iría dedicado a darme rienda suelta y poder hablar de algo que ya se, que forma parte de mí y de mis gustos más personales. Este proceso fue mucho más fácil que los anteriores. Estaba claro, ese tipo de cine, ese autor, no podía ser otro que Martin Scorsese.



CRECIDO EN MALAS CALLES
Des de que vi por primera vez Gangs of New York supe con claridad qué tipo de cine me gustaba. Un cine que hablase de historias épicas, y a la vez insignificantes, dentro de un mundo enorme que no se para a pensar en las peripecias personales de cada uno. Un cine que habla de grandes héroes que vagabundean por las calles sin rumbo, y cuyas grandes odiseas solo se basan en sobrevivir, sus enemigos no son más que la dureza de la vida misma y sus aliados no son otros que sus propias manos con las que se ganan el pan duramente día tras día, labrándose un futuro, por no decir un presente, a base de golpes, sufrimiento y arduo trabajo.
En definitiva, no deja de ser el sueño americano, o una versión agridulce y naturalista de éste. Un sueño que no deja de ser eso mismo: una fábula, una fantasía, que, a diferencia de lo que representa la mayor parte de la gran fábrica de sueños, des de la perspectiva de Martin Scorsese, no es todo coser y cantar y vivieron felices y comieron perdices para toda la eternidad. La obra de Scorsese es crítica con este sueño, como lo es (o lo fue en su día) crítica con quienes lo perpetraban.
Martin llegó a Hollywood, como tantos otros de su generación, con la ambición de hacer un cine diferente del que se había hecho hasta entonces. Un cine distinto, que mezclara las nuevas ideas importadas de Europa, que hablaban de paz y de revolución, con el espectáculo y la grandeza tradicionalmente propias del nuevo continente. Él llegó, rompió, construyó luego, y finalmente se quedó; siendo como es, uno de los principales pilares de lo que se conoce como la nueva Edad de Oro de Hollywood.
Por eso es que Scorsese es tan representativo de aquella generación que reinventó el sistema de estudios hollywoodense, al ser uno de los pocos que han sabido sobrevivir hasta el día de hoy con el prestigio intacto, lográndose integrar siempre a la perfección en el cine contemporáneo sin perder el tren o parecer desfasado. Él es uno de los padres fundadores del cine que se hace hoy, del cine con el que he crecido y del cual ya he hecho referencia. Pero a diferencia de otros, él es uno de los pocos padres que se ha sabido mantener tan joven como lo fue en sus inicios durante todo este tiempo. Es por eso, reitero, que es para mí la mejor referencia de lo que representa este cine: juventud, energía, furia y jovialidad. Un cine que transformó el entretenimiento americano anterior -el del gran teatro, de la pomposidad, del circo de las vanidades, del espectáculo de magia- en el monstruoso complejo temático de vertiginosas atracciones multiplatafórmicas que es hoy en día.
Otro no podría haber sido capaz de presentar a la edad de 71 años un filme como The Wolf of Wall Street. Esas tres horas de alocada energía arrolladora en las que te conduce, de forma sagaz, ácida y demoledoramente divertida, por el mundo de la gran estafa americana, en un viaje de pura adrenalina que permite hacerte sintonizar con ese cosquilleo adictivo de la ilegalidad impune en la que viven los protagonistas a la hora de construir sus castillos de naipes. Una vez más, Scorsese demuestra que el gran cine de espectáculo no tiene que ser opuesto a la inteligencia, ni asociarse a la castración emocional ni a la ética de las películas más taquilleras de la actualidad, y que aún hoy en día es posible hacer un cine provocativo, jugado y enervante.[1]
Y todo eso a la misma edad que tenían los viejos y desfasados reyes de Hollywood cuando él los destronó, a principios de los setenta, por no saber adaptarse a las necesidades de su presente. A lo mejor, la diferencia radica en que, a diferencia de esos, Martin Scorsese vive en un momento en el que la industria de Hollywood aún no parece estar en decadencia, como sí lo estaba en los sesenta. Esos años posteriores a la institucionalización de la industria televisiva que derrumbó el viejo sistema y permitió a Scorsese y a los suyos construir uno nuevo y muy diferente. Había nuevas ideas, y ellos tenían que expresarlas, dando a luz a la tendencia que aún perdura hoy en día.
Aún así, si dejamos la mente fluir en el dulce bálsamo de la especulación y el libre albedrío, veremos que este ciclo a lo mejor no le queda mucho para volver a cerrarse. El Hollywood de hoy en día no se encuentra en decadencia (al menos, económica) pero sí estancado de alguna forma. Muchos críticos coinciden en que ya no se innova como se hacía antes (o como Scorsese y los suyos lo hicieron por última vez en los setenta). Han surgido nuevas tecnologías que propondrán cambios en el páramo audiovisual, como lo fue en su día la televisión y hoy en día lo es Internet. También han surgido nuevas reglas de mercado y nuevas empresas, los abusones conglomerados multinacionales que parece que se lo tengan que comer todo. Así que lo que nos ofrece hoy el cine parece simbolizar la calma que precede a la tempestad. Tanteando un poco, incluso, el terreno de las quimeras alquímicas y las conspiraciones Illuminati, nos podemos dar cuenta de que los números cuadran. La pasada Edad de Oro se horneó alrededor de 1915, cobró su máximo exponente entre las décadas de los treinta y cuarenta, entró en lo que parecía la cumbre de su status quo en 1950 y reventó la burbuja para dar paso a algo totalmente nuevo y distinto a mediados de los 60’ y principios de los 70’. Se requirieron aproximadamente 45 o 50 años para que el ciclo se regenerase y los viejos dinosaurios de la industria cedieran definitivamente sus puestos a esa nueva generación de la New Wave, los pantalones de campana y las drogas recreativas. Si extrapolas este cálculo cíclico-estoico casi conspiranoico, al que yo me refiero a modo de broma, al nacimiento de la denominada segunda Edad de Oro de Hollywood, o sea, alrededor de 1970 y, si apuramos, 1975, el final de éste ciclo (de 45-50 años) se encontraría entre el 2015 y el 2025. ¿Emocionante, verdad? A lo mejor es por eso que Scorsese declaró a finales de 2013, en el estreno de The Wolf of Wall Street, que a lo mejor ésta sería su última película. Puede que él ya prevea el cambio de ciclo y esté preparando su retiro para poder hacerlo a tiempo antes de que ocurra.




EL ITALOAMERICANO
Martin Scorsese nació un 17 de noviembre de 1949, en el seno de una humilde familia neoyorkina de emigrantes sicilianos que se dedicaban a la confección de ropa y pasó gran parte de su infancia en Little Italy, el gueto italiano de Manhattan. Su afición por el cine le vino condicionada por su condición enfermiza que le dejó en casa durante gran parte de su infancia, teniendo como únicas compañías la ventana por dónde observaba la calle, la televisión y alguna escapada de vez en cuando a las salas de cine.
De fuerte tradición católica, Scorsese estuvo a punto de dedicar su vida a la religión, pero, por suerte, dicha afición por el cine lo llevó a matricularse en el programa de cine de la Universidad de Nueva York.  Allí coincidiría con otros grandes de su generación, como Brian De Palma, y comenzaría a realizar cortometrajes de bajo presupuesto hasta poder debutar, en 1968, con Who’s that knocking at my door; filme en que ya destacaba muchas de las características que marcarían su estilo fuerte y su temática reiterativa sobre el mundo urbano, las drogas y el crimen.
Des de 1972 realizaría una serie de películas con Roger Corman como productor alrededor de dicha temática: En 1973 llegaría Mean Streets, con Harvey Keitel y Robert DeNiro como protagonistas; En 1974 Alice doesn’t live here anymore ayudaría a Scorsese a proyectar su carrera hacia el estrellato; Y, dos años más tarde, se asentaría definitivamente en el panteón de los grandes cineastas con Taxi Driver.
En las décadas posteriores, Martin Scorsese refinaría su técnica como cineasta y demostraría estar dotado de una gran versatilidad. Quizás su película más representativa de esa época es Raging Bull (1980), con DeNiro de nuevo como protagonista, esta vez dando vida al boxeador Jack LaMotta, y secundado por otro gran actor fetiche de Scorsese, Joe Pesci; dúo con el que volvería a trabajar Scorsese en Goodfellas (1990).
El nuevo siglo vino y con él el reconocimiento de la Academia, valiéndole un Oscar al mejor director el film The Departed (2006), y varias nominaciones por The Aviator (2004), Hugo (2011) o, más recientemente, The Wolf of Wall Street (2013).
Hasta día de hoy, la obra de Scorsese se ha demostrado tan extensa y versátil que incluye tanto cine de ficción, televisión, documental sociológico, documental musical, videoclips y otro tipo de producciones. Su filmografía es la siguiente:
1959      – Vesuvius VI. (Cortometraje)
1963      – What’s a nice girl like you doing in a place like this?  (Cortometraje)
1964      – It’s not just you, Murray. (Cortometraje)
1967      – The big shave. (Cortometraje)
1969      – Who’s that knocking at my door.
1970      – Woodstock: 3 Days of Peace & Music. (Documental)
                – Street Scenes. (Documental)
 1972     – Boxcar Bertha.
1973      – Mean Streets.

1974      – Alice doesn’t live here anymore.
 – Italianamerican. (Documental)
1976      – Taxi Driver.
1977      – New York, New York.
1978      – American Boy: A Profile of: Steven Prince. (Documental)
 – The Last Waltz. (Documental)
1980      – Raging Bull.
1982      – The King of Comedy.
1985      – After Hours.
1986      – The Color of Money.
Amazin Stories. (Serie de TV: Director del capítulo “Mirror, Mirror”)
                1987      – Bad. (Videoclip)
1988      – The Last Temptation of Christ.
1990      – Goodfellas.
1991      – Cape Fear.
1993      – The Age of Innocence.
1995      – Casino.
                A personal Journey with Martin Scorsese through American Movies. (Serie TV)
1997      – Kundun.
1999      – Bringin out the dead.
Il mio viaggio in Italia. (Documental)
                2000      – You can count on me. (Productor)
2001      – The Neighborhood. (Corto documental para: The Concert for New York City)
2002      – Gangs of New York.
2003      – The Blues. (Serie Documental: Productor y director del capítulo: “Feel like going home”.)
2004      – The Aviator.
Lady by the Sea: The Statue of Liberty. (Documental)
Nyfes. (Productor)
2005      – No direction home: Bob Dylan. (Documental)
2006      – The Departed.
2007      – The Key to Reserva. (Spot publicitario)
2008      – Shine a Light. (Documental)
2009      – The Young Victoria. (Productor)
2010      – Shutter Island.
Una carta a Ella. (Documental)
Public Speaking. (Documental)
Boardwalk Empire. (Serie de TV: Productor y director del Capítulo Piloto)
2011      – Hugo.
George Harrison: Living in the Material World. (Documental)
2013      – The Wolf of Wall Street.




UN TORO SALVAJE Y DESENFRENADO
Puede que haya detractores de la última gran obra del director, The Wolf of Wall Street, por ser  excesivamente grandilocuente a veces, rematadamente banal en otras, descompuesta, excesiva, incluso infantil, y repleta de escenas y personajes a la par gamberros y repulsivos. Yo la encuentro fascinante. Es una película vertiginosa, vibrante y estimulante como pocas he visto en mi vida. Calculada en todo su conjunto, no hay otro como Scorsese que entienda tanto lo que es el lenguaje cinematográfico y que se permita jugar con él con la misma ilusión que un niño con un juguete nuevo y con la precisión y harmonía de un concertino de orquesta.
The Wolf of Wall Street se entiende a sí misma como un ataque continuado a los sentidos y a los estímulos del espectador. En la convicción de Scorsese de que había que forzar la máquina hasta que hacerla chirriar, la narración de la épica se ve invadida por todo tipo de florituras y de ingenios formales, que de nuevo ponen de manifiesto su talento para sujetar en firme al espectador durante el tiempo que se le antoje, hasta acabar probablemente exhausto y trastocado. Su sintaxis es su contenido. La fuerza y la energía se sienten tan vívidamente en la película, que uno entra y se involucra en ese mundo, se lo cree; propulsando la historia con una clase de desenfreno que convierte el ritmo cardíaco de Goodfellas en un flujo pausado. Con el acostumbrado uso de la voz en off tan propio de las épicas scorsesianas, Belfort narra su peripecia en modo documental, en flashback, mediante monólogos interiores, protagonizando spots comerciales o rompiendo la cuarta pared. La energía es arrolladora, la puesta en escena, frenética, el montaje bombástico.[2] Esta gran peripecia fílmica parece un homenaje a George Méliès incluso más que la propia Hugo, ensalzando más aún la idolatría de Scorsese por quien fue el verdadero inventor del cine como diversión y creador de lo que mucho más tarde se conocería como “efectos especiales”, de los que hoy en día es imposible prescindir en el cine de Hollywood.[3]
Pero todo este despliegue de parafernalia no es solo obra de una única mente. Scorsese, entre muchas otras virtudes, tiene la habilidad (o la posibilidad) de rodearse siempre del mejor equipo. Su don para calar a la gente hace que sepa ver a los diamantes en bruto y no dejar escapar a los que ya valen más de un quilate. DiCaprio, la reencarnación de DeNiro para Scorsese, timonea éste titánico barco, y lo secunda un implacablemente divertido e irreverente Jonah Hill, humorista revelación que proviene del mundo de la comedia adolescente. ¿Guionistas? Como he dicho: va a lo mejor. ¿Y qué es lo mejor en el mundo del guión hoy en día? La televisión. Terrence Winter, guionista y productor de The Sopranos, y creador de Boardwalk Empire, de la cual Scorsese también es productor. ¿La música? A cargo de Robbie Robertson, guitarrista de la mítica banda de rock canadiense The Band. ¿La edición? A cargo de Thelma Schoonmaker, su montadora de siempre y la gran mujer a la sombra de Scorese, ganadora de 3 Oscar al mejor montaje por Raging Bull, The Aviator y The Departed. Este es el gran tridente (o quatridente) de Scorsese: Grandes actores, mejores guiones, un montaje frenético y, lo que es más característico de él, una brillante selección musical.
ÉL ES UNO DE LOS NUESTROS
Un hecho que he repetido ya en más de una ocasión es que Scorsese se ha sabido mantener tan joven como en sus inicios, y esa es una cualidad que lo ha hecho conectar con espectadores mucho más jóvenes que él. Yo, por ejemplo, empecé a darme cuenta de qué era el cine cuando él ya llevaba más de tres décadas haciéndolo, y no por eso me siento de otra época cuando miro sus películas. Eso se debe al hecho de que Scorsese es en sí mismo un tipo moderno, que, sin cerrar para nada los ojos al pasado, siempre se ha interesado por la cultura del presente y la ha sabido integrar de forma innovadora en sus filmes.
Uno de los aspectos destacados que ha propiciado su estilo siempre contemporáneo es su pasión por la música pop. Más que ningún otro nombre de su generación, Martin Scoreses es el director que más y mejor ha conectado con la música moderna, ya sea utilizándola en sus películas como tomándola como fuente de ellas. Varios de los ejemplos más literales de éste fenómeno dentro de su obra son el largometraje The Last Waltz sobre el concierto despedida de la banda de rock canadiense The Band –cuyo guitarrista, como hemos explicado, lo ayudaría en muchos de sus proyectos posteriores–, el videoclip Bad de Michael Jackson, o los documentales No direction home, Shine a light y Living in the Material World, sobre Bob Dylan, los Rolling Stones y George Harrison respectivamente.[4]
Su pionerismo en algo que hoy en día se considera de lo más normal, que es el uso de música popular como banda sonora en el cine, se retrata desde su primer largometraje, Who’s that knocking at my door?; dónde suena, mucho antes de que Francis Ford Coppola lo inmortalizase en Apocalypse Now, el hit de The Doors: The End; en la escena de sexo protagonizada por Harvey Keitel y Zina Bethune.
La variedad de gustos musicales de Scorsese es tan amplia y variada que tanto recurre a baladas como Late for the Sky de Jackson Browne en Taxi Driver; al punk y al hardcore más agresivos, como Pay to cum de la banda Bad Brains en After hours; pasando por todo tipo de estilos y variaciones del rock, como el animado y famoso hit Werewolves of London de Warren Zevon, utilizado para amenizar las payasadas de Tom Cruise en The Color of Money o The House of the Rising Sun de The Animals en Casino para el crepuscular epílogo de los personajes. En Goodfellas vuelve a cargar con el punk de Sid Vicious y su versión del tema My Way de Frank Sinatra, y lo volvería a hacer primero diez años después con Janie Jones de The Clash en Bringing out the Dead, y luego en The Departed, con el punk céltico de la banda bostoniana Dropkick Murphyes y su emblemático I’m shipping up to Boston.
Pero probablemente el grupo estrella de Scorsese –dentro de sus muchos fetiches y musas– sea The Rolling Stones; y a lo mejor es por el paralelismo con la banda de Jagger y Richards y su filosofía de reinventarse continuamente sin por eso dejar de ser fieles a sus inicios y a su forma de ser. Lo que sí que está claro es que sus canciones han inmortalizado grandes momentos de la filmografía del director. En Mean streets, por ejemplo, suena Jumping Jack Flashes cuando se presenta Robert DeNiro en la primera de las colaboraciones que harían juntos.
JUGANDO CON EL LÍMITE
Es uno de esos directores que estarán sentados durante todo el día, y si algo mágico está pasando entre los actores, mantendrá la cámara en ti.” Dijo Leonardo DiCaprio sobre Martin Scorsese en una entrevista de la MTV durante el preestreno de The Wolf of Wall Street. “Incluso si no tiene nada que ver con la estructura de la trama, ya que él en el fondo cree que el personaje es realmente la trama.[5]
Éste, otro de los tantísimos rasgos característicos del estilo scorsesiano, es la extraña relación simbiótica que desarrollan director, actor y personaje a la par y que parece moverse bajo los mismos designios dentro del influjo del propio filme. De nuevo, como tantas veces ha hecho con Robert de Niro, Scorsese lleva a sus actores hasta el límite. Volviendo a The Wolf of Wall Street, las aceleradas interpretaciones de Leonardo Dicaprio y Jonah Hill cruzan las fronteras de la intensidad, como tantas veces hicieron DeNiro y Pesci en el pasado, y se resuelven entre el realismo y la caricatura, como si buscaran la aleación entre John Cassavetes y Jerry Lewis.
DiCaprio encarna al stockbroker Jordan Belfort, tipo que de estar en el suelo llegó a convertirse, a los 26 años, en multimillonario, y una década más tarde figuraba preso y debiendo pagar 110 millones de dólares a sus estafados. Un tipo emocionalmente inestable, violento, cínico y permanentemente drogado por químicos que consume como si no hubiera un mañana. No es precisamente un héroe; más bien lo contrario. Hay que saber estar y no estar con él para que esa perspectiva pueda funcionar. Para Scorsese nunca fueron interesantes los héroes compuestos ni amorosos. Desde el protagonista de Mean Streets, hasta el Howard Hughes de The Aviator –pasando por el Travis Bickle, de Taxi Driver, y el Jack La Motta, de Raging Bull–, ninguno de los héroes del realizador estuvo en paz con sus demonios interiores.
Debe ser su herencia siciliana, pero el caso es que Scorsese sabe cómo tratar con dichos demonios. En sus películas hemos visto innumerables momentos en que el film se escapa de la narración para brindar momentos únicos por su espontaneidad y genuinidad. “You takin to me?”, repetía incesantemente un enloquecido DeNiro delante de un espejo, o un maníaco Jou Pesci estallaba en un arranque de rabia y disparaba sin motivo alguno al mozo de un bar clandestino y luego encogía los hombros confundido cuando le preguntaban por qué lo había hecho. Estos pequeños momentos dónde de verdad se expone la realidad del cine en su máxima exaltación catártica son los que más me impresionaron cuando empecé a conocer la filmografía de Scorsese más de cerca. De su última obra, destaco ese pequeño movimiento dónde, un DiCaprio eufórico y aparentemente drogado hasta arriba nos muestra un as en la manga del que nunca habíamos visto e irrumpe en un alocado baile hiphopero vestido de smoking, celebrando la metáfora de la gran fiesta que es el cine para Scorsese. Para mí, ese fue el momento cumbre de The Wolf of Wall Street, en el que finalmente se me cortó el aliento y tuve que frenar para coger aire de nuevo.



LAS NUEVAS BANDAS DE NUEVA YORK
Como Goodfellas, como Casino, como Gangs of New York, The Wolf of Wall Street emerge como el último tapiz scorsesiano de los cimientos inmorales de América. Otra crónica de irrefrenable éxito y de imposible redención armada con el vigor, la energía y el relieve que solo Scorsese sabe conferir a las imágenes, embarcándonos en un frenético carrusel que no cesa de ofrecerse como un documento antropológico y como un espejo moral de nuestro tiempo. A ratos es un filme condenadamente divertido en su desenfreno bacanal que atrapa como no lo hace ninguna de estas películas el reverso oscuro del sueño americano. Y lo atrapa desde la comedia negra. Es más, desde la sátira endemoniada.
En el universo de Scorsese, Wall Street solo podía ser retratado como el equivalente de la Mafia. “Jordan Belfort es el hermano menor de Henry Hill, el protagonista de Goodfellas”; Sostiene el director. “Su último objetivo es el mismo, el dinero, las chicas, la cocaína, y la jerarquía de Wall Street tiene una estructura similar a la de la Mafia. Puede que cambie el decorado, que la amoralidad sea más política, pero son la misma cosa”. Así convierte Scorsese a los gánsteres de hoy en día en los brókeres de la Bolsa, las pistolas de aquéllos son los teléfonos de estos, los charcos de sangre son los fajos de billetes. “¡Stratton Oakmant es América!”, grita Belfort. Y así es, la firma bursátil que dirige con orgullo, que marcó un antes y un después en Wall Street (ganando cientos de millones de forma fraudulenta y a costa de la ignorancia de los pobres), es la expresión encarnada de las prácticas más ruines del capitalismo. Más tarde, perseguido por el FBI, Belfort alzará otro grito en esta película tan gritona: “Fuck America!”. Y claro, el círculo se cierra. Su comportamiento no es tanto el de un mafioso como el de una estrella del rock en una perpetua orgía de sexo y drogas y dólares. Sodoma y Gomorra en el corazón financiero de Occidente. Esta es la visión de Scorsese del sueño americano. 
Como le advierte su padre en un momento dado, empleando una de esas frases subrayadas en el guion, los excesos le acaban pasando factura a Belfort. Y quizá esa factura también la paga el conjunto de la película, que en su poética del exceso, casi pasoliniana, limítrofe con el delirio, no encuentra el freno de mano. The Wolf of Wall Street avanza sin modulación alguna, sin apenas inflexiones. Empieza en lo más alto y ahí se mantiene. Como si Scorsese nos quisiera demostrar, en la era cibernética, que el cine ya no es una cuestión de luces y sombras, de control y descontrol, de contrastes. Nos invita a habitar la locura de un mundo que se colaba por el sumidero del placer y la locura, acaso para que al final nos sintamos también culpables. “Todos somos cómplices del desfalco financiero global, en el sentido de que hemos permitido que la cultura se convierta en algo donde la única cosa que tiene un sentido genuino es el dinero”, reflexiona el cineasta.
Eso ha provocado que Christina McDowell, hija de un ex asociado de Jordan Belfort llamado Tom Prousalis que fue encarcelado y que dejó a su hija una cuantiosa deuda en herencia debido a los desfalcos producidos, acusa a los artífices de la película de glorificar y de mostrar como entretenidas unas actividades ilegales que han sido causantes del derrumbe del sistema capitalista, del que ahora padecemos sus consecuencias, enarbolando el amor al dinero y la codicia, además de ofrecer un mensaje misógino que deja a las mujeres como meros floreros.[6]
No en último lugar, también genera polémica la mirada sobre el capitalismo. Efectivamente, hay razones para sostener que Scorsese ve en el sistema un gran fraude -metódico, rampante y gigantesco- contra los débiles e incautos. Sin embargo, el asunto no es tan simple. Es el propio sistema el que sanciona a Belfort y lo lleva a la cárcel por delincuente. Las imágenes finales tienden a dejar en duda el concepto de redención y a dejar en claro que la pulsión vendedora del protagonista es parte de su naturaleza y muy anterior a cualquier sistema. Esa pulsión -peligrosa, concupiscente, obsesiva- es lícita en principio, aunque se vuelve delictual cuando traspasa ciertos límites. El huevo de la serpiente, siendo así, no estaría menos en el sistema que en la naturaleza humana. El trasfondo del mejor Scorsese siempre es teologal.
Vamos a ver cada vez menos películas así, inclasificables y hechas al margen del concepto de nicho. Son demasiado caras, demasiado provocativas. Son pocos quienes se atreven a interpelar a todos los públicos, a dejar espectadores heridos en el camino, a asquear y fascinar al mismo tiempo. Eso supone no sólo vencer las inercias de la industria. El triunfo fue también vencer las inercias de la crítica.
Que un nativo del Bronx con tantas inhabilidades sociales, laxitud moral y poder de persuasión como Jordan Belfort (1962) haya llegado a la cima del mundo tiene algo de cómico, de trágico y de absurdo. Algo que no se le pasó a DiCaprio al comprar los derechos de un bestseller que Belfort publicó en 2005. Tampoco al guionista contratado para la adaptación, Terence Winter, libretista de Los Soprano, que en los 80 trabajó con Merrill Lynch: de ahí salió una entrada al espacio íntimo del mundo financiero, que también es un reporte de sus miserias y sinsentidos y de una racionalidad que deviene culto: ganar a cualquier precio.
Tampoco cree el cineasta que por internar al espectador en los meandros de la historia, haya acá alguna lección con mayúscula. “Me sorprendió y maravilló el hecho de que las mismas cosas continúen sucediendo una y otra vez”, comenta. “Hay períodos de auge financiero con una especie de euforia, donde parece que todo el mundo se va a enriquecer y que todo va a ser genial. Y luego todo se derrumba y uno toma conciencia de que sólo algunos se estaban enriqueciendo a costa de otros. Sucedió en la época dorada de fines del siglo XIX. Pasó en 1929 y en 1987 […] Esto sucedió a finales del siglo con el estallido de las punto.com, cosa que volvió a suceder en 2008. Y pronto podría volver a pasar”.[7]
Durante la presentación de El lobo de Wall Street, declaró que su jubilación estaba más cerca de lo que a él mismo le gustaría. Pocos podrían pensar que la vigorosidad de semejante tragicomedia dionisiaca sea obra de un señor al borde de la retirada.[8]
EL ÚLTIMO BAILE DEL LOBO
En una carta que escribe Martin Scorsese a su hija Francesca, publicada en L’Espresso el 2 de enero de 2014, el director dice: “En los últimos años, me he dado cuenta de que la idea del cine con la que crecí, de las películas que te mostré de pequeña […], está llegando a su final.”[9]
Y es que es posible que sea éste su último trabajo, según, como ya hemos aclarado, ha declarado el propio Scorsese. A lo mejor lo ha hecho con la conciencia de que represente el final, tanto de su obra como de ese cine que nació a finales de los sesenta y durante los setenta, el de la conocida generación brat, y que ha marcado las directrices del cine hasta nuestros días. Inmensamente ambiciosa, esta pieza de 179 minutos, la más larga de su filmografía, parece haber estado diseñada para ser la última gran obra maestra de un director que se ha esforzado para constituirse como uno de los pilares esenciales del cine post-moderno contemporáneo. Un filme que trata el discurso en torno al exceso y el sentido moral de la naturaleza humana en otra colosal épica de ascensión y caída, tal como Goodfellas o Casino.
Un simbólico paralelismo, tal vez, a la esencia en sí que representa la nueva edad dorada de Hollywood. Un cine que elogia a la imperfección, a lo lunático y desenfrenado. Un cine que nació con las drogas, la violencia explícita, el erotismo y el rock’n’roll. Un cine que se creyó capaz de encabezar la contracultura parricida y revolucionaria de los sesenta, tan hedonista y ambiciosa como lo eran los jóvenes directores que lo representaban. Esos que fueron similares a los gánsteres callejeros arquetípicos de los filmes de Scorsese; unos desarrapados don-nadies embarcados en su personalizada cruzada del mito de Scarface, el de la lucha por el poder a toda costa que inevitablemente siempre desemboca en un trágico final y que termina por hundir a sus protagonistas en lo más profundo del pozo. Ese Hollywood que ha terminado por imponerse hoy en día como máximo exponente de la cultura del neoliberalismo capitalista y del neocolonialismo cultural americano; Enrocándose todos estos directores en los tronos vacíos que dejaron sus predecesores de los que ellos tanto se quejaban por reaccionarios y mercantilistas. Pues estos jóvenes son ahora quienes dominan la cumbre del Hollywood y la gran industria del entretenimiento. Y como bien recalca una y otra vez Martin Scorsese, cuando se llega a lo más alto, solo queda un camino por seguir, y este es el de la inevitable caída. Scorsese ve que ese futuro está cerca, y sabe que es hora de hacer lo que otros no supieron en el pasado, que es retirarse de forma caballerosa y con el honor aún intacto.
Aún así, ésta no es una visión del todo pesimista. Scorsese, en su carta a su hija Francesca, añade que ese futuro que se acerca será brillante, porque por primera vez en la historia de esta forma de arte, las películas se pueden hacer con muy poco dinero”. Eso es lo que augura este director que ya forma parte del panteón celestial no solo de Hollywood, sino de toda la cultura en sí; Un futuro que se prestará, gracias a las nuevas tecnologías, no ya a la modernización, sino a la socialización del cine, cumpliendo el sueño frustrado de los que en su día se denominaron los nuevos lobos de Hollywood, que es que el cine pueda ser verdaderamente de todos y para todos.



[1] SOTO, Héctor. Scorsese enardecido, recargado y glorioso. La Tecera. Enero del 2014. http://www.latercera.com/noticia/cultura/2014/01/1453-560265-9-scorsese-enardecido-recargado-y-glorioso.shtml, última revisión el 16 de marzo de 2015.
[2] Aprendiendo de Martin Scorsese y los Rolling Stones. Neo Consulting. Septiembre del 2008. http://www.neo.com.pe/2008/09/17/aprendiendo_de_martin_scorsese_y_los_rolling_stones, última revisión el 16 de marzo del 2015.
[3] COLLAR, Jorge. Hugo Cabret, de Martin Scorsese: en busca de Georges Méliès. Nuestro tiempo. Febrero del 2013. http://www.unav.es/nuestrotiempo/es/cultura/hugo-cabret-martin-scorsese-busca-georges-melies, última revisión el 12 de marzo de 2015.
[4] Martin Scorsese y la música en 10 escenas. Numerocero. Enero del 2014. http://numerocero.es/musica/articulo/martin-scorsese-musica-10-escenas/2144, última revisión el 12 de marzo de 2015.
[5] ZALBEN, Alex. Leonardo DiCaprio breaks out his dance moves for “The Wolf of Wall Street”. MTV News. Diciembre de 2013. http://www.mtv.com/news/1719575/leonardo-dicaprio-dance-moves-wolf-of-wall-street/, última revisión el 16 de marzo de 2015.
[6] GONZALO, Nacho. Conexión Oscar 2014: “El lobo de Wall Street”, juergas, excesos y codicia en lo nuevo de Scorsese y DiCaprio. Lo que yo te diga. Diciembre del 2013. http://www.loqueyotediga.net/diario/show/conexion-oscar-2014-%E2%80%9Cel-lobo-de-wall-street%E2%80%9D-juergas-excesos-y-codicia-en-lo-nuevo-de-scorsese-y-dicaprio, ultima revisión el 12 de marzo del 2015.
[7] MARÍN, Pablo. Sexo, drogas y dinero: Scorsese presenta El Lobo de Wall Street. La Tecera. Diciembre del 2013. http://www.latercera.com/noticia/cultura/2013/12/1453-558262-9-sexo-drogas-y-dinero-scorsese-presenta-el-lobo-de-wall-street.shtml, última revisión el 16 de marzo del 2015.
[8] NAVARRO, Raúl. La manada de Scorsese. Quemarropa: Cultural & Lifestyle magazine. Febrero del 2014. http://www.quemarropa.com/la-manada-de-scorsese/, última revisión el 16 de marzo de 2015.
[9] REVIRIEGO, Carlos. Scorsese y el Sodoma y Gomorra de Wall Street. El Cultural. Setiembre del 2014. http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2014/0928/suplementos.php?id=4451, última revisión el 13 de marzo del 2015.