PRÓLOGO.
Me llevó mucho tiempo decidir cuál podría ser el tema de mi trabajo
final de análisis del cine; demasiado incluso, diría yo. Pensando y pensando,
filme tras filme, seguía sin encontrar aquel tema adecuado para el que
posiblemente sería mi último trabajo de análisis cinematográfico de la carrera.
Al principio me planteé hacer un trabajo concentrado en algún elemento concreto,
una película o trilogía, no más: pensé que sería más fácil y me ahorraría
dolores de cabeza. La verdad es que entre prácticas, trabajos y el proyecto
final de carrera a penas tengo tiempo para dedicar a las pocas asignaturas que
aún tengo que aprobar para que me den mi diploma de graduado de Comunicación
Audiovisual y, sinceramente, mi intención inicial era quitarme dichas
asignaturas de encima sin prestarles mucha atención.
Siguiendo por esta misma línea, pero optando por una perspectiva
distinta, pensé: ¿Y por qué no aprovecharlo? Rememorando mi paso por la
facultad me di cuenta de que este tipo de trabajos eran los que te hacían
indagar en el cine y te enseñaban a disfrutarlo a otro nivel. Con estos
trabajos había descubierto en los años anteriores a Buñuel, a Bergman y a
Kiarostami; aprendido a conocer a Cassavettes, a Kurosawa y a Godard. Decidido,
quería conocer a alguien nuevo, un director al que no estuviera acostumbrado,
que me sorprendiera, que me atrajera, y empecé a mirar películas aleatorias de
autores que conociese poco o nada. Vi a Vidor, a Rohmer, a Wyler, a Kieslowsky
y a Tarkovski; Películas que en otro contexto seguramente no tendría la
oportunidad o la curiosidad de explorar, por ser poco contemporáneas o poco accesibles.
Aún así, no terminé de decantarme por ninguna. A mi cuarto curso, quería
encontrar algo trascendental que plasmara lo que ha significado para mí estos
cuatro años de carrera y de cine.
No fue hasta que comenté mis dudas con un compañero y éste me dijo: “Oye, ya que estamos, y que el tema es libre,
¿porqué pensar en autores pasados? ¡Haz algo guapo! ¡Algo que te guste, algo de
tu época!”; que me replanteé seriamente mi situación vital con respecto al
trabajo. La verdad es que siempre había considerado los trabajos de análisis de
cine como algo que debía retar homenaje al cine del pasado, como ya he
explicado antes. Al cine de la modernidad, o incluso al cine anterior. Que
debía buscar un cine exótico, lejano, extranjero. Nuevo, pero a la vez viejo.
Conocido, pero a la vez desconocido. Y la verdad es que me di cuenta de una
cosa. Como bien me había dicho este amigo, ¿Era este acaso el tipo de cine del
que soy espectador asiduo? ¿Eran estas las películas que me han dejado encogido
en la butaca de la sala cada vez que he pagado mis 6 o 7 euros para ver un
estreno? ¿Eran esas historias las que me han dejado enganchado a la tele sin
quererlo un día en el que tendría que haber estado haciendo otra cosa? Ese era
un cine que había aprendido a querer gracias a la carrera, a través de mis
cuatro años de paso por la facultad, y que seguiría queriendo una vez graduado,
y que lo seguiría explorando y descubriendo. ¿Pero eran acaso esos filmes los
que me habían hecho darme cuenta de mi amor por el cine? ¿Eran esos los filmes
que hacían extasiarme sin comprender por qué, ni por qué se diferenciaban de
otros filmes que me aburrían o simplemente no me interesaban?
Cuando no sabía ni que era la puesta en escena, ni la semiótica, ni el
montaje expresivo, ni un plan de rodaje tan siquiera, ya veía películas que me
gustaban mucho y, con ocho o diez años, cuando me preguntaban que querría ser
de mayor, decía que sería director de cine. Pues el cine que me motivaba, que
me motiva, era y sigue siendo otro. Cuando vi por primera vez unos vagos
momentos del desembarco de Normandía de Spielberg, antes de que mi padre
cambiara de canal y me dijese: “Esto no
es para ti”; o cuando me levanté de la cama a escondidas para mirar American History X porque no me hubiesen
dejado de ninguna otra forma; o cuando un amigo me dijo que tenía el VHS de La Comunidad del Anillo que se la había
dejado su primo mayor y la miramos juntos... Eso era el cine con el que crecí.
Eso es mi cine.
Aparece aquí mi punto de inflexión a la hora de escoger el tema de mi trabajo.
Mi desmotivación venía dada porque estaba buscando en el cajón equivocado.
Decidí entonces empezar a hacer memoria de mis películas favoritas; con la
intención de explorar algo que ya sabía, pero que querría poder conocer mejor. Mi
trabajo iría dedicado a darme rienda suelta y poder hablar de algo que ya se,
que forma parte de mí y de mis gustos más personales. Este proceso fue mucho
más fácil que los anteriores. Estaba claro, ese tipo de cine, ese autor, no
podía ser otro que Martin Scorsese.
CRECIDO EN MALAS CALLES
Des de que vi por primera vez Gangs
of New York supe con claridad qué tipo de cine me gustaba. Un cine que
hablase de historias épicas, y a la vez insignificantes, dentro de un mundo
enorme que no se para a pensar en las peripecias personales de cada uno. Un
cine que habla de grandes héroes que vagabundean por las calles sin rumbo, y
cuyas grandes odiseas solo se basan en sobrevivir, sus enemigos no son más que
la dureza de la vida misma y sus aliados no son otros que sus propias manos con
las que se ganan el pan duramente día tras día, labrándose un futuro, por no
decir un presente, a base de golpes, sufrimiento y arduo trabajo.
En definitiva, no deja de ser el sueño americano, o una versión
agridulce y naturalista de éste. Un sueño que no deja de ser eso mismo: una
fábula, una fantasía, que, a diferencia de lo que representa la mayor parte de la gran fábrica de sueños, des de la
perspectiva de Martin Scorsese, no es todo coser y cantar y vivieron felices y
comieron perdices para toda la eternidad. La obra de Scorsese es crítica con
este sueño, como lo es (o lo fue en su día) crítica con quienes lo perpetraban.
Martin llegó a Hollywood, como tantos otros de su generación, con la
ambición de hacer un cine diferente del que se había hecho hasta entonces. Un
cine distinto, que mezclara las nuevas ideas importadas de Europa, que hablaban
de paz y de revolución, con el espectáculo y la grandeza tradicionalmente
propias del nuevo continente. Él llegó, rompió, construyó luego, y finalmente
se quedó; siendo como es, uno de los principales pilares de lo que se conoce
como la nueva Edad de Oro de Hollywood.
Por eso es que Scorsese es tan representativo de aquella generación que
reinventó el sistema de estudios hollywoodense, al ser uno de los pocos que han
sabido sobrevivir hasta el día de hoy con el prestigio intacto, lográndose integrar
siempre a la perfección en el cine contemporáneo sin perder el tren o parecer
desfasado. Él es uno de los padres fundadores del cine que se hace hoy, del
cine con el que he crecido y del cual ya he hecho referencia. Pero a diferencia
de otros, él es uno de los pocos padres que se ha sabido mantener tan joven
como lo fue en sus inicios durante todo este tiempo. Es por eso, reitero, que
es para mí la mejor referencia de lo que representa este cine: juventud,
energía, furia y jovialidad. Un cine que transformó el entretenimiento
americano anterior -el del gran teatro, de la pomposidad, del circo de las
vanidades, del espectáculo de magia- en el monstruoso complejo temático de vertiginosas
atracciones multiplatafórmicas que es hoy en día.
Otro no podría haber sido capaz de presentar a la edad de 71 años un
filme como The Wolf of Wall Street.
Esas tres horas de alocada energía arrolladora en las que te conduce, de forma
sagaz, ácida y demoledoramente divertida, por el mundo de la gran estafa
americana, en un viaje de pura adrenalina que permite hacerte sintonizar con
ese cosquilleo adictivo
de la ilegalidad impune en la que viven los protagonistas a la hora de
construir sus castillos de naipes. Una vez más, Scorsese demuestra que el gran
cine de espectáculo no tiene que ser opuesto a la inteligencia, ni asociarse a
la castración emocional ni a la ética de las películas más taquilleras de la
actualidad, y que aún hoy en día es posible hacer un cine provocativo, jugado y
enervante.[1]
Y todo eso a la misma edad que tenían los viejos y
desfasados reyes de Hollywood cuando él los destronó, a principios de los
setenta, por no saber adaptarse a las necesidades de su presente. A lo mejor,
la diferencia radica en que, a diferencia de esos, Martin Scorsese vive en un
momento en el que la industria de Hollywood aún no parece estar en decadencia,
como sí lo estaba en los sesenta. Esos años posteriores a la
institucionalización de la industria televisiva que derrumbó el viejo sistema y
permitió a Scorsese y a los suyos construir uno nuevo y muy diferente. Había
nuevas ideas, y ellos tenían que expresarlas, dando a luz a la tendencia que
aún perdura hoy en día.
Aún así, si dejamos la mente fluir en el dulce bálsamo de
la especulación y el libre albedrío, veremos que este ciclo a lo mejor no le
queda mucho para volver a cerrarse. El Hollywood de hoy en día no se encuentra
en decadencia (al menos, económica) pero sí estancado de alguna forma. Muchos
críticos coinciden en que ya no se innova como se hacía antes (o como Scorsese
y los suyos lo hicieron por última vez en los setenta). Han surgido nuevas
tecnologías que propondrán cambios en el páramo audiovisual, como lo fue en su
día la televisión y hoy en día lo es Internet. También han surgido nuevas
reglas de mercado y nuevas empresas, los abusones conglomerados multinacionales
que parece que se lo tengan que comer todo. Así que lo que nos ofrece hoy el
cine parece simbolizar la calma que precede a la tempestad. Tanteando un poco,
incluso, el terreno de las quimeras alquímicas y las conspiraciones Illuminati, nos podemos dar cuenta de
que los números cuadran. La pasada Edad de Oro se horneó alrededor de 1915,
cobró su máximo exponente entre las décadas de los treinta y cuarenta, entró en
lo que parecía la cumbre de su status quo
en 1950 y reventó la burbuja para dar paso a algo totalmente nuevo y distinto a
mediados de los 60’ y principios de los 70’. Se requirieron aproximadamente 45
o 50 años para que el ciclo se regenerase y los viejos dinosaurios de la
industria cedieran definitivamente sus puestos a esa nueva generación de la New
Wave, los pantalones de campana y las drogas recreativas. Si extrapolas este
cálculo cíclico-estoico casi conspiranoico, al que yo me refiero a modo de
broma, al nacimiento de la denominada segunda Edad de Oro de Hollywood, o sea,
alrededor de 1970 y, si apuramos, 1975, el final de éste ciclo (de 45-50 años)
se encontraría entre el 2015 y el 2025. ¿Emocionante, verdad? A lo mejor es por
eso que Scorsese declaró a finales de 2013, en el estreno de The Wolf of Wall Street, que a lo mejor
ésta sería su última película. Puede que él ya prevea el cambio de ciclo y esté
preparando su retiro para poder hacerlo a tiempo antes de que ocurra.
EL ITALOAMERICANO
Martin Scorsese nació un 17 de noviembre de
1949, en el seno de una humilde familia neoyorkina de emigrantes sicilianos que
se dedicaban a la confección de ropa y pasó gran parte de su infancia en Little Italy, el gueto italiano de
Manhattan. Su afición por el cine le vino condicionada por su condición
enfermiza que le dejó en casa durante gran parte de su infancia, teniendo como
únicas compañías la ventana por dónde observaba la calle, la televisión y alguna
escapada de vez en cuando a las salas de cine.
De fuerte tradición católica, Scorsese estuvo
a punto de dedicar su vida a la religión, pero, por suerte, dicha afición por
el cine lo llevó a matricularse en el programa de cine de la Universidad de
Nueva York. Allí coincidiría con otros
grandes de su generación, como Brian De Palma, y comenzaría a realizar
cortometrajes de bajo presupuesto hasta poder debutar, en 1968, con Who’s that knocking at my door; filme en
que ya destacaba muchas de las características que marcarían su estilo fuerte y
su temática reiterativa sobre el mundo urbano, las drogas y el crimen.
Des de 1972 realizaría una serie de películas
con Roger Corman como productor alrededor de dicha temática: En 1973 llegaría Mean Streets, con Harvey Keitel y Robert
DeNiro como protagonistas; En 1974 Alice
doesn’t live here anymore ayudaría a Scorsese a proyectar su carrera hacia
el estrellato; Y, dos años más tarde, se asentaría definitivamente en el
panteón de los grandes cineastas con Taxi
Driver.
En las décadas posteriores, Martin Scorsese
refinaría su técnica como cineasta y demostraría estar dotado de una gran
versatilidad. Quizás su película más representativa de esa época es Raging Bull (1980), con DeNiro de nuevo
como protagonista, esta vez dando vida al boxeador Jack LaMotta, y secundado
por otro gran actor fetiche de Scorsese, Joe Pesci; dúo con el que volvería a
trabajar Scorsese en Goodfellas (1990).
El nuevo siglo vino y con él el
reconocimiento de la Academia, valiéndole un Oscar al mejor director el film The Departed (2006), y varias nominaciones
por The Aviator (2004), Hugo (2011) o, más recientemente, The Wolf of Wall Street (2013).
Hasta día de hoy, la obra de Scorsese se ha
demostrado tan extensa y versátil que incluye tanto cine de ficción,
televisión, documental sociológico, documental musical, videoclips y otro tipo
de producciones. Su filmografía es la siguiente:
1959 – Vesuvius VI. (Cortometraje)
1963 – What’s a nice girl like you doing in a place
like this? (Cortometraje)
1964 – It’s not just you, Murray.
(Cortometraje)
1967 – The big shave. (Cortometraje)
1969 – Who’s that knocking at my door.
1970 – Woodstock: 3 Days of Peace & Music. (Documental)
– Street Scenes. (Documental)
1972 – Boxcar
Bertha.
1973 – Mean Streets.
1974 – Alice doesn’t live here anymore.
– Italianamerican.
(Documental)
1976 – Taxi Driver.
1977 – New York, New York.
1978 – American Boy: A Profile of: Steven Prince. (Documental)
– The
Last Waltz. (Documental)
1980 – Raging Bull.
1982 – The King of Comedy.
1985 – After Hours.
1986 – The Color of Money.
– Amazin
Stories. (Serie de TV: Director del capítulo “Mirror, Mirror”)
1987 – Bad.
(Videoclip)
1988 – The Last Temptation of Christ.
1990 – Goodfellas.
1991 – Cape Fear.
1993 – The Age of Innocence.
1995 – Casino.
– A
personal Journey with Martin Scorsese through American Movies. (Serie TV)
1997 – Kundun.
1999 – Bringin out the dead.
– Il
mio viaggio in Italia. (Documental)
2000
– You
can count on me. (Productor)
2001 – The Neighborhood. (Corto documental
para: The Concert for New York City)
2002 – Gangs of New York.
2003 –
The Blues. (Serie Documental:
Productor y director del capítulo: “Feel
like going home”.)
2004 – The Aviator.
– Lady
by the Sea: The Statue of Liberty. (Documental)
– Nyfes.
(Productor)
2005 – No direction home: Bob Dylan. (Documental)
2006 – The Departed.
2007 – The Key to Reserva. (Spot publicitario)
2008 – Shine a Light. (Documental)
2009 – The Young Victoria. (Productor)
2010 – Shutter Island.
– Una
carta a Ella. (Documental)
– Public
Speaking. (Documental)
– Boardwalk
Empire. (Serie de TV: Productor y director del Capítulo Piloto)
2011 – Hugo.
– George
Harrison: Living in the Material World. (Documental)
2013 –
The Wolf of Wall Street.
UN TORO SALVAJE Y DESENFRENADO
Puede
que haya detractores de la última gran obra del director, The Wolf of Wall Street, por ser excesivamente grandilocuente a veces,
rematadamente banal en otras, descompuesta, excesiva, incluso infantil, y
repleta de escenas y personajes a la par gamberros y repulsivos. Yo la
encuentro fascinante. Es una película vertiginosa, vibrante y estimulante como
pocas he visto en mi vida. Calculada en todo su conjunto, no hay otro como
Scorsese que entienda tanto lo que es el lenguaje cinematográfico y que se
permita jugar con él con la misma ilusión que un niño con un juguete nuevo y con
la precisión y harmonía de un concertino de orquesta.
The Wolf of Wall Street se entiende a sí misma como un ataque continuado a los
sentidos y a los estímulos del espectador. En la convicción de Scorsese de que
había que forzar la máquina hasta que hacerla chirriar, la narración de la
épica se ve invadida por todo tipo de florituras y de ingenios formales, que de
nuevo ponen de manifiesto su talento para sujetar en firme al espectador
durante el tiempo que se le antoje, hasta acabar probablemente exhausto y
trastocado. Su sintaxis es su contenido. La fuerza y la energía se sienten tan vívidamente en la
película, que uno entra y se involucra en ese mundo, se lo cree; propulsando la historia con una clase de desenfreno que convierte el
ritmo cardíaco de Goodfellas en un
flujo pausado. Con el acostumbrado uso de la voz en off tan propio de las
épicas scorsesianas, Belfort narra su peripecia en modo documental, en
flashback, mediante monólogos interiores, protagonizando spots comerciales o
rompiendo la cuarta pared. La energía es arrolladora, la puesta en escena,
frenética, el montaje bombástico.[2] Esta gran peripecia fílmica parece un homenaje a George
Méliès incluso más que la propia Hugo, ensalzando más aún la idolatría de
Scorsese por quien fue el verdadero inventor del cine como diversión y creador de lo que mucho más tarde se
conocería como “efectos especiales”, de
los que hoy en día es imposible prescindir en el cine de Hollywood.[3]
Pero
todo este despliegue de parafernalia no es solo obra de una única mente. Scorsese,
entre muchas otras virtudes, tiene la habilidad (o la posibilidad) de rodearse
siempre del mejor equipo. Su don para calar a la gente hace que sepa ver a los
diamantes en bruto y no dejar escapar a los que ya valen más de un quilate.
DiCaprio, la reencarnación de DeNiro para Scorsese, timonea éste titánico
barco, y lo secunda un implacablemente divertido e irreverente Jonah Hill,
humorista revelación que proviene del mundo de la comedia adolescente.
¿Guionistas? Como he dicho: va a lo mejor. ¿Y qué es lo mejor en el mundo del
guión hoy en día? La televisión. Terrence Winter, guionista y productor de The Sopranos, y creador de Boardwalk Empire, de la cual Scorsese
también es productor. ¿La música? A cargo de Robbie Robertson, guitarrista de
la mítica banda de rock canadiense The Band. ¿La edición? A cargo de Thelma
Schoonmaker, su montadora de siempre
y la gran mujer a la sombra de Scorese, ganadora de 3 Oscar al mejor montaje
por Raging Bull, The Aviator y The Departed. Este es el gran tridente
(o quatridente) de Scorsese: Grandes actores, mejores guiones, un montaje
frenético y, lo que es más característico de él, una brillante selección
musical.
ÉL ES UNO DE LOS NUESTROS
Un hecho que he repetido ya en más de una
ocasión es que Scorsese se ha sabido mantener tan joven como en sus inicios, y esa
es una cualidad que lo ha hecho conectar con espectadores mucho más jóvenes que
él. Yo, por ejemplo, empecé a darme cuenta de qué era el cine cuando él ya
llevaba más de tres décadas haciéndolo, y no por eso me siento de otra época cuando miro sus películas.
Eso se debe al hecho de que Scorsese es en sí mismo un tipo moderno, que, sin
cerrar para nada los ojos al pasado, siempre se ha interesado por la cultura
del presente y la ha sabido integrar de forma innovadora en sus filmes.
Uno de los aspectos destacados que ha
propiciado su estilo siempre contemporáneo es su pasión por la música pop. Más
que ningún otro nombre de su generación, Martin Scoreses es el director que más
y mejor ha conectado con la música moderna, ya sea utilizándola en sus
películas como tomándola como fuente de ellas. Varios de los ejemplos más
literales de éste fenómeno dentro de su obra son el largometraje The Last Waltz sobre el concierto
despedida de la banda de rock canadiense The Band –cuyo guitarrista, como hemos
explicado, lo ayudaría en muchos de sus proyectos posteriores–, el videoclip Bad de Michael Jackson, o los
documentales No direction home, Shine a light y Living in the Material World, sobre Bob Dylan, los Rolling Stones y
George Harrison respectivamente.[4]
Su pionerismo en algo que hoy en día se
considera de lo más normal, que es el uso de música popular como banda sonora
en el cine, se retrata desde su primer largometraje, Who’s that knocking at my door?; dónde suena, mucho antes de que
Francis Ford Coppola lo inmortalizase en Apocalypse
Now, el hit de The Doors: The End;
en la escena de sexo protagonizada por Harvey Keitel y Zina Bethune.
La variedad de gustos musicales de Scorsese
es tan amplia y variada que tanto recurre a baladas como Late for the Sky de Jackson Browne en Taxi Driver; al punk y al hardcore más agresivos, como Pay to cum de la banda Bad Brains en After hours; pasando por todo tipo de
estilos y variaciones del rock, como el animado y famoso hit Werewolves of London de Warren Zevon,
utilizado para amenizar las payasadas de Tom Cruise en The Color of Money o The
House of the Rising Sun de The Animals en Casino para el crepuscular epílogo de los personajes. En Goodfellas vuelve a cargar con el punk
de Sid Vicious y su versión del tema My
Way de Frank Sinatra, y lo volvería a hacer primero diez años después con Janie Jones de The Clash en Bringing out the Dead, y luego en The Departed, con el punk céltico de la
banda bostoniana Dropkick Murphyes y su emblemático I’m shipping up to Boston.
Pero probablemente el grupo estrella de
Scorsese –dentro de sus muchos fetiches y musas– sea The Rolling Stones; y a lo
mejor es por el paralelismo con la banda de Jagger y Richards y su filosofía de
reinventarse continuamente sin por eso dejar de ser fieles a sus inicios y a su
forma de ser. Lo que sí que está claro es que sus canciones han inmortalizado
grandes momentos de la filmografía del director. En Mean streets, por ejemplo, suena Jumping Jack Flashes cuando se presenta Robert DeNiro en la primera
de las colaboraciones que harían juntos.
JUGANDO CON EL LÍMITE
“Es uno
de esos directores que estarán sentados durante todo el día, y si algo mágico
está pasando entre los actores, mantendrá la cámara en ti.” Dijo Leonardo
DiCaprio sobre Martin Scorsese en una entrevista de la MTV durante el
preestreno de The Wolf of Wall Street.
“Incluso si no tiene nada que ver con la
estructura de la trama, ya que él en el fondo cree que el personaje es
realmente la trama.”[5]
Éste, otro de los tantísimos rasgos
característicos del estilo scorsesiano, es la extraña relación simbiótica que
desarrollan director, actor y personaje a la par y que parece moverse bajo los
mismos designios dentro del influjo del propio filme. De nuevo, como tantas veces ha hecho con Robert de Niro,
Scorsese lleva a sus actores hasta el límite. Volviendo a The Wolf of Wall Street, las aceleradas interpretaciones de
Leonardo Dicaprio y Jonah Hill cruzan las fronteras de la intensidad, como
tantas veces hicieron DeNiro y Pesci en el pasado, y se resuelven entre el realismo
y la caricatura, como si buscaran la aleación entre John Cassavetes y Jerry
Lewis.
DiCaprio encarna al stockbroker Jordan Belfort, tipo que
de estar en el suelo llegó a convertirse, a los 26 años, en multimillonario, y
una década más tarde figuraba preso y debiendo pagar 110 millones de dólares a
sus estafados. Un tipo emocionalmente inestable, violento, cínico y
permanentemente drogado por químicos que consume como si no hubiera un mañana.
No es precisamente un héroe; más bien lo contrario. Hay que saber estar y no
estar con él para que esa perspectiva pueda funcionar. Para Scorsese nunca fueron
interesantes los héroes compuestos ni amorosos. Desde el protagonista de Mean Streets, hasta el Howard Hughes de The Aviator –pasando por el Travis
Bickle, de Taxi Driver, y el Jack La
Motta, de Raging Bull–, ninguno de
los héroes del realizador estuvo en paz con sus demonios interiores.
Debe ser su herencia siciliana, pero el caso es que
Scorsese sabe cómo tratar con dichos demonios. En sus películas hemos visto
innumerables momentos en que el film se escapa de la narración para brindar
momentos únicos por su espontaneidad y genuinidad. “You takin to me?”, repetía incesantemente un enloquecido DeNiro
delante de un espejo, o un maníaco Jou Pesci estallaba en un arranque de rabia
y disparaba sin motivo alguno al mozo de un bar clandestino y luego encogía los
hombros confundido cuando le preguntaban por qué lo había hecho. Estos pequeños
momentos dónde de verdad se expone la realidad del cine en su máxima exaltación
catártica son los que más me impresionaron cuando empecé a conocer la
filmografía de Scorsese más de cerca. De su última obra, destaco ese pequeño
movimiento dónde, un DiCaprio eufórico y aparentemente drogado hasta arriba nos
muestra un as en la manga del que nunca habíamos visto e irrumpe en un alocado
baile hiphopero vestido de smoking, celebrando la metáfora de la gran fiesta que
es el cine para Scorsese. Para mí, ese fue el momento cumbre de The Wolf of Wall Street, en el que finalmente
se me cortó el aliento y tuve que frenar para coger aire de nuevo.
LAS NUEVAS BANDAS DE NUEVA YORK
Como
Goodfellas, como Casino, como Gangs of New
York, The Wolf of Wall Street emerge
como el último tapiz scorsesiano de los cimientos inmorales de América. Otra
crónica de irrefrenable éxito y de imposible redención armada con el vigor, la
energía y el relieve que solo Scorsese sabe conferir a las imágenes,
embarcándonos en un frenético carrusel que no cesa de ofrecerse como un
documento antropológico y como un espejo moral de nuestro tiempo. A ratos es un
filme condenadamente divertido en su desenfreno bacanal que atrapa como no lo
hace ninguna de estas películas el reverso oscuro del sueño americano. Y lo
atrapa desde la comedia negra. Es más, desde la sátira endemoniada.
En
el universo de Scorsese, Wall Street solo podía ser retratado como el
equivalente de la Mafia. “Jordan Belfort
es el hermano menor de Henry Hill, el protagonista de Goodfellas”; Sostiene
el director. “Su último objetivo es el
mismo, el dinero, las chicas, la cocaína, y la jerarquía de Wall Street tiene
una estructura similar a la de la Mafia. Puede que cambie el decorado, que la
amoralidad sea más política, pero son la misma cosa”. Así convierte
Scorsese a los gánsteres de hoy en día en los brókeres de la Bolsa, las
pistolas de aquéllos son los teléfonos de estos, los charcos de sangre son los
fajos de billetes. “¡Stratton Oakmant es
América!”, grita Belfort. Y así es, la firma bursátil que dirige con
orgullo, que marcó un antes y un después en Wall Street (ganando cientos de
millones de forma fraudulenta y a costa de la ignorancia de los pobres), es la
expresión encarnada de las prácticas más ruines del capitalismo. Más tarde,
perseguido por el FBI, Belfort alzará otro grito en esta película tan gritona:
“Fuck America!”. Y claro, el círculo
se cierra. Su comportamiento no es tanto el de un mafioso como el de una
estrella del rock en una perpetua orgía de sexo y drogas y dólares. Sodoma y
Gomorra en el corazón financiero de Occidente. Esta es la visión de Scorsese del sueño americano.
Como
le advierte su padre en un momento dado, empleando una de esas frases
subrayadas en el guion, los excesos le acaban pasando factura a Belfort. Y
quizá esa factura también la paga el conjunto de la película, que en su poética
del exceso, casi pasoliniana, limítrofe con el delirio, no encuentra el freno
de mano. The Wolf of Wall Street
avanza sin modulación alguna, sin apenas inflexiones. Empieza en lo más alto y
ahí se mantiene. Como si Scorsese nos quisiera demostrar, en la era
cibernética, que el cine ya no es una cuestión de luces y sombras, de control y
descontrol, de contrastes. Nos invita a habitar la locura de un mundo que se
colaba por el sumidero del placer y la locura, acaso para que al final nos
sintamos también culpables. “Todos somos
cómplices del desfalco financiero global, en el sentido de que hemos permitido
que la cultura se convierta en algo donde la única cosa que tiene un sentido
genuino es el dinero”, reflexiona el cineasta.
Eso ha provocado que Christina McDowell, hija de un ex
asociado de Jordan Belfort llamado Tom Prousalis que fue encarcelado y que dejó
a su hija una cuantiosa deuda en herencia debido a los desfalcos producidos,
acusa a los artífices de la película de glorificar y de mostrar como
entretenidas unas actividades ilegales que han sido causantes del derrumbe del
sistema capitalista, del que ahora padecemos sus consecuencias, enarbolando el
amor al dinero y la codicia, además de ofrecer un mensaje misógino que deja a
las mujeres como meros floreros.[6]
No en último lugar, también genera polémica la mirada
sobre el capitalismo. Efectivamente, hay razones para sostener que Scorsese ve
en el sistema un gran fraude -metódico, rampante y gigantesco- contra los
débiles e incautos. Sin embargo, el asunto no es tan simple. Es el propio
sistema el que sanciona a Belfort y lo lleva a la cárcel por delincuente. Las
imágenes finales tienden a dejar en duda el concepto de redención y a dejar en
claro que la pulsión vendedora del
protagonista es parte de su naturaleza y muy anterior a cualquier sistema. Esa
pulsión -peligrosa, concupiscente, obsesiva- es lícita en principio, aunque se
vuelve delictual cuando traspasa ciertos límites. El huevo de la serpiente,
siendo así, no estaría menos en el sistema que en la naturaleza humana. El
trasfondo del mejor Scorsese siempre es teologal.
Vamos a ver cada vez menos películas así, inclasificables
y hechas al margen del concepto de nicho. Son demasiado caras, demasiado
provocativas. Son pocos quienes se atreven a interpelar a todos los públicos, a
dejar espectadores heridos en el camino, a asquear y fascinar al mismo tiempo.
Eso supone no sólo vencer las inercias de la industria. El triunfo fue también
vencer las inercias de la crítica.
Que un nativo del Bronx con tantas inhabilidades
sociales, laxitud moral y poder de persuasión como Jordan Belfort (1962) haya
llegado a la cima del mundo tiene algo de cómico, de trágico y de absurdo. Algo
que no se le pasó a DiCaprio al comprar los derechos de un bestseller que
Belfort publicó en 2005. Tampoco al guionista contratado para la adaptación,
Terence Winter, libretista de Los Soprano, que en los 80 trabajó con Merrill
Lynch: de ahí salió una entrada al espacio íntimo del mundo financiero, que
también es un reporte de sus miserias y sinsentidos y de una racionalidad que
deviene culto: ganar a cualquier precio.
Tampoco cree el cineasta que por internar al espectador
en los meandros de la historia, haya acá alguna lección con mayúscula. “Me sorprendió y maravilló el hecho de que
las mismas cosas continúen sucediendo una y otra vez”, comenta. “Hay períodos de auge financiero con una
especie de euforia, donde parece que todo el mundo se va a enriquecer y que
todo va a ser genial. Y luego todo se derrumba y uno toma conciencia de que
sólo algunos se estaban enriqueciendo a costa de otros. Sucedió en la época
dorada de fines del siglo XIX. Pasó en 1929 y en 1987 […] Esto sucedió a
finales del siglo con el estallido de las punto.com, cosa que volvió a suceder
en 2008. Y pronto podría volver a pasar”.[7]
Durante la presentación de El lobo de Wall Street,
declaró que su jubilación estaba más cerca de lo que a él mismo le gustaría.
Pocos podrían pensar que la vigorosidad de semejante tragicomedia dionisiaca
sea obra de un señor al borde de la retirada.[8]
EL ÚLTIMO
BAILE DEL LOBO
En una carta que escribe Martin Scorsese a su hija Francesca, publicada
en L’Espresso el 2 de enero de 2014,
el director dice: “En los últimos años,
me he dado cuenta de que la idea del cine con la que crecí, de las películas
que te mostré de pequeña […], está
llegando a su final.”[9]
Y es que es posible que sea éste su último trabajo, según, como ya hemos
aclarado, ha declarado el propio Scorsese. A lo mejor lo ha hecho con la
conciencia de que represente el final, tanto de su obra como de ese cine que
nació a finales de los sesenta y durante los setenta, el de la conocida generación brat, y que ha marcado las
directrices del cine hasta nuestros días. Inmensamente ambiciosa, esta pieza de
179 minutos, la más larga de su filmografía, parece haber estado diseñada para
ser la última gran obra maestra de un director que se ha esforzado para
constituirse como uno de los pilares esenciales del cine post-moderno
contemporáneo. Un filme que trata el discurso en torno al exceso y el sentido
moral de la naturaleza humana en otra colosal épica de ascensión y caída, tal
como Goodfellas o Casino.
Un simbólico paralelismo, tal vez, a la esencia en sí que representa la
nueva edad dorada de Hollywood. Un cine que elogia a la imperfección, a lo
lunático y desenfrenado. Un cine que nació con las drogas, la violencia
explícita, el erotismo y el rock’n’roll. Un cine que se creyó capaz de
encabezar la contracultura parricida y revolucionaria de los sesenta, tan
hedonista y ambiciosa como lo eran los jóvenes directores que lo representaban.
Esos que fueron similares a los gánsteres callejeros arquetípicos de los filmes
de Scorsese; unos desarrapados don-nadies embarcados en su personalizada cruzada
del mito de Scarface, el de la lucha
por el poder a toda costa que inevitablemente siempre desemboca en un trágico
final y que termina por hundir a sus protagonistas en lo más profundo del pozo.
Ese Hollywood que ha terminado por imponerse hoy en día como máximo exponente
de la cultura del neoliberalismo capitalista y del neocolonialismo cultural
americano; Enrocándose todos estos directores en los tronos vacíos que dejaron
sus predecesores de los que ellos tanto se quejaban por reaccionarios y
mercantilistas. Pues estos jóvenes son ahora quienes dominan la cumbre del
Hollywood y la gran industria del entretenimiento. Y como bien recalca una y
otra vez Martin Scorsese, cuando se llega a lo más alto, solo queda un camino
por seguir, y este es el de la inevitable caída. Scorsese ve que ese futuro
está cerca, y sabe que es hora de hacer lo que otros no supieron en el pasado,
que es retirarse de forma caballerosa y con el honor aún intacto.
Aún así, ésta no es una visión del todo pesimista. Scorsese, en su carta
a su hija Francesca, añade que ese futuro que se acerca “será brillante, porque por
primera vez en la historia de esta forma de arte, las películas se pueden hacer
con muy poco dinero”. Eso es lo que augura este director que ya forma parte
del panteón celestial no solo de Hollywood, sino de toda la cultura en sí; Un
futuro que se prestará, gracias a las nuevas tecnologías, no ya a la
modernización, sino a la socialización del cine, cumpliendo el sueño frustrado
de los que en su día se denominaron los nuevos lobos de Hollywood, que es que
el cine pueda ser verdaderamente de todos y para todos.
[1]
SOTO, Héctor. Scorsese enardecido,
recargado y glorioso. La Tecera. Enero del 2014. http://www.latercera.com/noticia/cultura/2014/01/1453-560265-9-scorsese-enardecido-recargado-y-glorioso.shtml,
última revisión el 16 de marzo de 2015.
[2] Aprendiendo de
Martin Scorsese y los Rolling Stones. Neo Consulting. Septiembre del 2008. http://www.neo.com.pe/2008/09/17/aprendiendo_de_martin_scorsese_y_los_rolling_stones, última revisión el 16 de marzo del 2015.
[3] COLLAR, Jorge. Hugo
Cabret, de Martin Scorsese: en busca de Georges Méliès. Nuestro tiempo.
Febrero del 2013. http://www.unav.es/nuestrotiempo/es/cultura/hugo-cabret-martin-scorsese-busca-georges-melies, última revisión el 12 de marzo de 2015.
[4] Martin Scorsese
y la música en 10 escenas. Numerocero. Enero del 2014. http://numerocero.es/musica/articulo/martin-scorsese-musica-10-escenas/2144, última
revisión el 12 de marzo de 2015.
[5]
ZALBEN, Alex. Leonardo
DiCaprio breaks out his dance moves for “The Wolf of Wall Street”. MTV
News. Diciembre de 2013. http://www.mtv.com/news/1719575/leonardo-dicaprio-dance-moves-wolf-of-wall-street/,
última revisión el 16 de marzo de 2015.
[6] GONZALO, Nacho. Conexión
Oscar 2014: “El lobo de Wall Street”, juergas, excesos y codicia en lo nuevo de
Scorsese y DiCaprio. Lo que yo te diga. Diciembre del 2013. http://www.loqueyotediga.net/diario/show/conexion-oscar-2014-%E2%80%9Cel-lobo-de-wall-street%E2%80%9D-juergas-excesos-y-codicia-en-lo-nuevo-de-scorsese-y-dicaprio, ultima revisión el 12 de marzo del 2015.
[7] MARÍN, Pablo. Sexo,
drogas y dinero: Scorsese presenta El Lobo de Wall Street. La Tecera.
Diciembre del 2013. http://www.latercera.com/noticia/cultura/2013/12/1453-558262-9-sexo-drogas-y-dinero-scorsese-presenta-el-lobo-de-wall-street.shtml, última revisión el 16 de marzo del 2015.
[8] NAVARRO, Raúl. La
manada de Scorsese. Quemarropa: Cultural & Lifestyle magazine. Febrero
del 2014. http://www.quemarropa.com/la-manada-de-scorsese/, última revisión el 16 de marzo de 2015.
[9] REVIRIEGO, Carlos. Scorsese
y el Sodoma y Gomorra de Wall Street. El Cultural. Setiembre del 2014. http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2014/0928/suplementos.php?id=4451, última revisión el 13 de marzo del 2015.
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