jueves, 26 de marzo de 2015

Italianamerican - El cine de Scorsese




PRÓLOGO.
Me llevó mucho tiempo decidir cuál podría ser el tema de mi trabajo final de análisis del cine; demasiado incluso, diría yo. Pensando y pensando, filme tras filme, seguía sin encontrar aquel tema adecuado para el que posiblemente sería mi último trabajo de análisis cinematográfico de la carrera. Al principio me planteé hacer un trabajo concentrado en algún elemento concreto, una película o trilogía, no más: pensé que sería más fácil y me ahorraría dolores de cabeza. La verdad es que entre prácticas, trabajos y el proyecto final de carrera a penas tengo tiempo para dedicar a las pocas asignaturas que aún tengo que aprobar para que me den mi diploma de graduado de Comunicación Audiovisual y, sinceramente, mi intención inicial era quitarme dichas asignaturas de encima sin prestarles mucha atención.
Siguiendo por esta misma línea, pero optando por una perspectiva distinta, pensé: ¿Y por qué no aprovecharlo? Rememorando mi paso por la facultad me di cuenta de que este tipo de trabajos eran los que te hacían indagar en el cine y te enseñaban a disfrutarlo a otro nivel. Con estos trabajos había descubierto en los años anteriores a Buñuel, a Bergman y a Kiarostami; aprendido a conocer a Cassavettes, a Kurosawa y a Godard. Decidido, quería conocer a alguien nuevo, un director al que no estuviera acostumbrado, que me sorprendiera, que me atrajera, y empecé a mirar películas aleatorias de autores que conociese poco o nada. Vi a Vidor, a Rohmer, a Wyler, a Kieslowsky y a Tarkovski; Películas que en otro contexto seguramente no tendría la oportunidad o la curiosidad de explorar, por ser poco contemporáneas o poco accesibles. Aún así, no terminé de decantarme por ninguna. A mi cuarto curso, quería encontrar algo trascendental que plasmara lo que ha significado para mí estos cuatro años de carrera y de cine.
No fue hasta que comenté mis dudas con un compañero y éste me dijo: “Oye, ya que estamos, y que el tema es libre, ¿porqué pensar en autores pasados? ¡Haz algo guapo! ¡Algo que te guste, algo de tu época!”; que me replanteé seriamente mi situación vital con respecto al trabajo. La verdad es que siempre había considerado los trabajos de análisis de cine como algo que debía retar homenaje al cine del pasado, como ya he explicado antes. Al cine de la modernidad, o incluso al cine anterior. Que debía buscar un cine exótico, lejano, extranjero. Nuevo, pero a la vez viejo. Conocido, pero a la vez desconocido. Y la verdad es que me di cuenta de una cosa. Como bien me había dicho este amigo, ¿Era este acaso el tipo de cine del que soy espectador asiduo? ¿Eran estas las películas que me han dejado encogido en la butaca de la sala cada vez que he pagado mis 6 o 7 euros para ver un estreno? ¿Eran esas historias las que me han dejado enganchado a la tele sin quererlo un día en el que tendría que haber estado haciendo otra cosa? Ese era un cine que había aprendido a querer gracias a la carrera, a través de mis cuatro años de paso por la facultad, y que seguiría queriendo una vez graduado, y que lo seguiría explorando y descubriendo. ¿Pero eran acaso esos filmes los que me habían hecho darme cuenta de mi amor por el cine? ¿Eran esos los filmes que hacían extasiarme sin comprender por qué, ni por qué se diferenciaban de otros filmes que me aburrían o simplemente no me interesaban?
Cuando no sabía ni que era la puesta en escena, ni la semiótica, ni el montaje expresivo, ni un plan de rodaje tan siquiera, ya veía películas que me gustaban mucho y, con ocho o diez años, cuando me preguntaban que querría ser de mayor, decía que sería director de cine. Pues el cine que me motivaba, que me motiva, era y sigue siendo otro. Cuando vi por primera vez unos vagos momentos del desembarco de Normandía de Spielberg, antes de que mi padre cambiara de canal y me dijese: “Esto no es para ti”; o cuando me levanté de la cama a escondidas para mirar American History X porque no me hubiesen dejado de ninguna otra forma; o cuando un amigo me dijo que tenía el VHS de La Comunidad del Anillo que se la había dejado su primo mayor y la miramos juntos... Eso era el cine con el que crecí. Eso es mi cine.
Aparece aquí mi punto de inflexión a la hora de escoger el tema de mi trabajo. Mi desmotivación venía dada porque estaba buscando en el cajón equivocado. Decidí entonces empezar a hacer memoria de mis películas favoritas; con la intención de explorar algo que ya sabía, pero que querría poder conocer mejor. Mi trabajo iría dedicado a darme rienda suelta y poder hablar de algo que ya se, que forma parte de mí y de mis gustos más personales. Este proceso fue mucho más fácil que los anteriores. Estaba claro, ese tipo de cine, ese autor, no podía ser otro que Martin Scorsese.



CRECIDO EN MALAS CALLES
Des de que vi por primera vez Gangs of New York supe con claridad qué tipo de cine me gustaba. Un cine que hablase de historias épicas, y a la vez insignificantes, dentro de un mundo enorme que no se para a pensar en las peripecias personales de cada uno. Un cine que habla de grandes héroes que vagabundean por las calles sin rumbo, y cuyas grandes odiseas solo se basan en sobrevivir, sus enemigos no son más que la dureza de la vida misma y sus aliados no son otros que sus propias manos con las que se ganan el pan duramente día tras día, labrándose un futuro, por no decir un presente, a base de golpes, sufrimiento y arduo trabajo.
En definitiva, no deja de ser el sueño americano, o una versión agridulce y naturalista de éste. Un sueño que no deja de ser eso mismo: una fábula, una fantasía, que, a diferencia de lo que representa la mayor parte de la gran fábrica de sueños, des de la perspectiva de Martin Scorsese, no es todo coser y cantar y vivieron felices y comieron perdices para toda la eternidad. La obra de Scorsese es crítica con este sueño, como lo es (o lo fue en su día) crítica con quienes lo perpetraban.
Martin llegó a Hollywood, como tantos otros de su generación, con la ambición de hacer un cine diferente del que se había hecho hasta entonces. Un cine distinto, que mezclara las nuevas ideas importadas de Europa, que hablaban de paz y de revolución, con el espectáculo y la grandeza tradicionalmente propias del nuevo continente. Él llegó, rompió, construyó luego, y finalmente se quedó; siendo como es, uno de los principales pilares de lo que se conoce como la nueva Edad de Oro de Hollywood.
Por eso es que Scorsese es tan representativo de aquella generación que reinventó el sistema de estudios hollywoodense, al ser uno de los pocos que han sabido sobrevivir hasta el día de hoy con el prestigio intacto, lográndose integrar siempre a la perfección en el cine contemporáneo sin perder el tren o parecer desfasado. Él es uno de los padres fundadores del cine que se hace hoy, del cine con el que he crecido y del cual ya he hecho referencia. Pero a diferencia de otros, él es uno de los pocos padres que se ha sabido mantener tan joven como lo fue en sus inicios durante todo este tiempo. Es por eso, reitero, que es para mí la mejor referencia de lo que representa este cine: juventud, energía, furia y jovialidad. Un cine que transformó el entretenimiento americano anterior -el del gran teatro, de la pomposidad, del circo de las vanidades, del espectáculo de magia- en el monstruoso complejo temático de vertiginosas atracciones multiplatafórmicas que es hoy en día.
Otro no podría haber sido capaz de presentar a la edad de 71 años un filme como The Wolf of Wall Street. Esas tres horas de alocada energía arrolladora en las que te conduce, de forma sagaz, ácida y demoledoramente divertida, por el mundo de la gran estafa americana, en un viaje de pura adrenalina que permite hacerte sintonizar con ese cosquilleo adictivo de la ilegalidad impune en la que viven los protagonistas a la hora de construir sus castillos de naipes. Una vez más, Scorsese demuestra que el gran cine de espectáculo no tiene que ser opuesto a la inteligencia, ni asociarse a la castración emocional ni a la ética de las películas más taquilleras de la actualidad, y que aún hoy en día es posible hacer un cine provocativo, jugado y enervante.[1]
Y todo eso a la misma edad que tenían los viejos y desfasados reyes de Hollywood cuando él los destronó, a principios de los setenta, por no saber adaptarse a las necesidades de su presente. A lo mejor, la diferencia radica en que, a diferencia de esos, Martin Scorsese vive en un momento en el que la industria de Hollywood aún no parece estar en decadencia, como sí lo estaba en los sesenta. Esos años posteriores a la institucionalización de la industria televisiva que derrumbó el viejo sistema y permitió a Scorsese y a los suyos construir uno nuevo y muy diferente. Había nuevas ideas, y ellos tenían que expresarlas, dando a luz a la tendencia que aún perdura hoy en día.
Aún así, si dejamos la mente fluir en el dulce bálsamo de la especulación y el libre albedrío, veremos que este ciclo a lo mejor no le queda mucho para volver a cerrarse. El Hollywood de hoy en día no se encuentra en decadencia (al menos, económica) pero sí estancado de alguna forma. Muchos críticos coinciden en que ya no se innova como se hacía antes (o como Scorsese y los suyos lo hicieron por última vez en los setenta). Han surgido nuevas tecnologías que propondrán cambios en el páramo audiovisual, como lo fue en su día la televisión y hoy en día lo es Internet. También han surgido nuevas reglas de mercado y nuevas empresas, los abusones conglomerados multinacionales que parece que se lo tengan que comer todo. Así que lo que nos ofrece hoy el cine parece simbolizar la calma que precede a la tempestad. Tanteando un poco, incluso, el terreno de las quimeras alquímicas y las conspiraciones Illuminati, nos podemos dar cuenta de que los números cuadran. La pasada Edad de Oro se horneó alrededor de 1915, cobró su máximo exponente entre las décadas de los treinta y cuarenta, entró en lo que parecía la cumbre de su status quo en 1950 y reventó la burbuja para dar paso a algo totalmente nuevo y distinto a mediados de los 60’ y principios de los 70’. Se requirieron aproximadamente 45 o 50 años para que el ciclo se regenerase y los viejos dinosaurios de la industria cedieran definitivamente sus puestos a esa nueva generación de la New Wave, los pantalones de campana y las drogas recreativas. Si extrapolas este cálculo cíclico-estoico casi conspiranoico, al que yo me refiero a modo de broma, al nacimiento de la denominada segunda Edad de Oro de Hollywood, o sea, alrededor de 1970 y, si apuramos, 1975, el final de éste ciclo (de 45-50 años) se encontraría entre el 2015 y el 2025. ¿Emocionante, verdad? A lo mejor es por eso que Scorsese declaró a finales de 2013, en el estreno de The Wolf of Wall Street, que a lo mejor ésta sería su última película. Puede que él ya prevea el cambio de ciclo y esté preparando su retiro para poder hacerlo a tiempo antes de que ocurra.




EL ITALOAMERICANO
Martin Scorsese nació un 17 de noviembre de 1949, en el seno de una humilde familia neoyorkina de emigrantes sicilianos que se dedicaban a la confección de ropa y pasó gran parte de su infancia en Little Italy, el gueto italiano de Manhattan. Su afición por el cine le vino condicionada por su condición enfermiza que le dejó en casa durante gran parte de su infancia, teniendo como únicas compañías la ventana por dónde observaba la calle, la televisión y alguna escapada de vez en cuando a las salas de cine.
De fuerte tradición católica, Scorsese estuvo a punto de dedicar su vida a la religión, pero, por suerte, dicha afición por el cine lo llevó a matricularse en el programa de cine de la Universidad de Nueva York.  Allí coincidiría con otros grandes de su generación, como Brian De Palma, y comenzaría a realizar cortometrajes de bajo presupuesto hasta poder debutar, en 1968, con Who’s that knocking at my door; filme en que ya destacaba muchas de las características que marcarían su estilo fuerte y su temática reiterativa sobre el mundo urbano, las drogas y el crimen.
Des de 1972 realizaría una serie de películas con Roger Corman como productor alrededor de dicha temática: En 1973 llegaría Mean Streets, con Harvey Keitel y Robert DeNiro como protagonistas; En 1974 Alice doesn’t live here anymore ayudaría a Scorsese a proyectar su carrera hacia el estrellato; Y, dos años más tarde, se asentaría definitivamente en el panteón de los grandes cineastas con Taxi Driver.
En las décadas posteriores, Martin Scorsese refinaría su técnica como cineasta y demostraría estar dotado de una gran versatilidad. Quizás su película más representativa de esa época es Raging Bull (1980), con DeNiro de nuevo como protagonista, esta vez dando vida al boxeador Jack LaMotta, y secundado por otro gran actor fetiche de Scorsese, Joe Pesci; dúo con el que volvería a trabajar Scorsese en Goodfellas (1990).
El nuevo siglo vino y con él el reconocimiento de la Academia, valiéndole un Oscar al mejor director el film The Departed (2006), y varias nominaciones por The Aviator (2004), Hugo (2011) o, más recientemente, The Wolf of Wall Street (2013).
Hasta día de hoy, la obra de Scorsese se ha demostrado tan extensa y versátil que incluye tanto cine de ficción, televisión, documental sociológico, documental musical, videoclips y otro tipo de producciones. Su filmografía es la siguiente:
1959      – Vesuvius VI. (Cortometraje)
1963      – What’s a nice girl like you doing in a place like this?  (Cortometraje)
1964      – It’s not just you, Murray. (Cortometraje)
1967      – The big shave. (Cortometraje)
1969      – Who’s that knocking at my door.
1970      – Woodstock: 3 Days of Peace & Music. (Documental)
                – Street Scenes. (Documental)
 1972     – Boxcar Bertha.
1973      – Mean Streets.

1974      – Alice doesn’t live here anymore.
 – Italianamerican. (Documental)
1976      – Taxi Driver.
1977      – New York, New York.
1978      – American Boy: A Profile of: Steven Prince. (Documental)
 – The Last Waltz. (Documental)
1980      – Raging Bull.
1982      – The King of Comedy.
1985      – After Hours.
1986      – The Color of Money.
Amazin Stories. (Serie de TV: Director del capítulo “Mirror, Mirror”)
                1987      – Bad. (Videoclip)
1988      – The Last Temptation of Christ.
1990      – Goodfellas.
1991      – Cape Fear.
1993      – The Age of Innocence.
1995      – Casino.
                A personal Journey with Martin Scorsese through American Movies. (Serie TV)
1997      – Kundun.
1999      – Bringin out the dead.
Il mio viaggio in Italia. (Documental)
                2000      – You can count on me. (Productor)
2001      – The Neighborhood. (Corto documental para: The Concert for New York City)
2002      – Gangs of New York.
2003      – The Blues. (Serie Documental: Productor y director del capítulo: “Feel like going home”.)
2004      – The Aviator.
Lady by the Sea: The Statue of Liberty. (Documental)
Nyfes. (Productor)
2005      – No direction home: Bob Dylan. (Documental)
2006      – The Departed.
2007      – The Key to Reserva. (Spot publicitario)
2008      – Shine a Light. (Documental)
2009      – The Young Victoria. (Productor)
2010      – Shutter Island.
Una carta a Ella. (Documental)
Public Speaking. (Documental)
Boardwalk Empire. (Serie de TV: Productor y director del Capítulo Piloto)
2011      – Hugo.
George Harrison: Living in the Material World. (Documental)
2013      – The Wolf of Wall Street.




UN TORO SALVAJE Y DESENFRENADO
Puede que haya detractores de la última gran obra del director, The Wolf of Wall Street, por ser  excesivamente grandilocuente a veces, rematadamente banal en otras, descompuesta, excesiva, incluso infantil, y repleta de escenas y personajes a la par gamberros y repulsivos. Yo la encuentro fascinante. Es una película vertiginosa, vibrante y estimulante como pocas he visto en mi vida. Calculada en todo su conjunto, no hay otro como Scorsese que entienda tanto lo que es el lenguaje cinematográfico y que se permita jugar con él con la misma ilusión que un niño con un juguete nuevo y con la precisión y harmonía de un concertino de orquesta.
The Wolf of Wall Street se entiende a sí misma como un ataque continuado a los sentidos y a los estímulos del espectador. En la convicción de Scorsese de que había que forzar la máquina hasta que hacerla chirriar, la narración de la épica se ve invadida por todo tipo de florituras y de ingenios formales, que de nuevo ponen de manifiesto su talento para sujetar en firme al espectador durante el tiempo que se le antoje, hasta acabar probablemente exhausto y trastocado. Su sintaxis es su contenido. La fuerza y la energía se sienten tan vívidamente en la película, que uno entra y se involucra en ese mundo, se lo cree; propulsando la historia con una clase de desenfreno que convierte el ritmo cardíaco de Goodfellas en un flujo pausado. Con el acostumbrado uso de la voz en off tan propio de las épicas scorsesianas, Belfort narra su peripecia en modo documental, en flashback, mediante monólogos interiores, protagonizando spots comerciales o rompiendo la cuarta pared. La energía es arrolladora, la puesta en escena, frenética, el montaje bombástico.[2] Esta gran peripecia fílmica parece un homenaje a George Méliès incluso más que la propia Hugo, ensalzando más aún la idolatría de Scorsese por quien fue el verdadero inventor del cine como diversión y creador de lo que mucho más tarde se conocería como “efectos especiales”, de los que hoy en día es imposible prescindir en el cine de Hollywood.[3]
Pero todo este despliegue de parafernalia no es solo obra de una única mente. Scorsese, entre muchas otras virtudes, tiene la habilidad (o la posibilidad) de rodearse siempre del mejor equipo. Su don para calar a la gente hace que sepa ver a los diamantes en bruto y no dejar escapar a los que ya valen más de un quilate. DiCaprio, la reencarnación de DeNiro para Scorsese, timonea éste titánico barco, y lo secunda un implacablemente divertido e irreverente Jonah Hill, humorista revelación que proviene del mundo de la comedia adolescente. ¿Guionistas? Como he dicho: va a lo mejor. ¿Y qué es lo mejor en el mundo del guión hoy en día? La televisión. Terrence Winter, guionista y productor de The Sopranos, y creador de Boardwalk Empire, de la cual Scorsese también es productor. ¿La música? A cargo de Robbie Robertson, guitarrista de la mítica banda de rock canadiense The Band. ¿La edición? A cargo de Thelma Schoonmaker, su montadora de siempre y la gran mujer a la sombra de Scorese, ganadora de 3 Oscar al mejor montaje por Raging Bull, The Aviator y The Departed. Este es el gran tridente (o quatridente) de Scorsese: Grandes actores, mejores guiones, un montaje frenético y, lo que es más característico de él, una brillante selección musical.
ÉL ES UNO DE LOS NUESTROS
Un hecho que he repetido ya en más de una ocasión es que Scorsese se ha sabido mantener tan joven como en sus inicios, y esa es una cualidad que lo ha hecho conectar con espectadores mucho más jóvenes que él. Yo, por ejemplo, empecé a darme cuenta de qué era el cine cuando él ya llevaba más de tres décadas haciéndolo, y no por eso me siento de otra época cuando miro sus películas. Eso se debe al hecho de que Scorsese es en sí mismo un tipo moderno, que, sin cerrar para nada los ojos al pasado, siempre se ha interesado por la cultura del presente y la ha sabido integrar de forma innovadora en sus filmes.
Uno de los aspectos destacados que ha propiciado su estilo siempre contemporáneo es su pasión por la música pop. Más que ningún otro nombre de su generación, Martin Scoreses es el director que más y mejor ha conectado con la música moderna, ya sea utilizándola en sus películas como tomándola como fuente de ellas. Varios de los ejemplos más literales de éste fenómeno dentro de su obra son el largometraje The Last Waltz sobre el concierto despedida de la banda de rock canadiense The Band –cuyo guitarrista, como hemos explicado, lo ayudaría en muchos de sus proyectos posteriores–, el videoclip Bad de Michael Jackson, o los documentales No direction home, Shine a light y Living in the Material World, sobre Bob Dylan, los Rolling Stones y George Harrison respectivamente.[4]
Su pionerismo en algo que hoy en día se considera de lo más normal, que es el uso de música popular como banda sonora en el cine, se retrata desde su primer largometraje, Who’s that knocking at my door?; dónde suena, mucho antes de que Francis Ford Coppola lo inmortalizase en Apocalypse Now, el hit de The Doors: The End; en la escena de sexo protagonizada por Harvey Keitel y Zina Bethune.
La variedad de gustos musicales de Scorsese es tan amplia y variada que tanto recurre a baladas como Late for the Sky de Jackson Browne en Taxi Driver; al punk y al hardcore más agresivos, como Pay to cum de la banda Bad Brains en After hours; pasando por todo tipo de estilos y variaciones del rock, como el animado y famoso hit Werewolves of London de Warren Zevon, utilizado para amenizar las payasadas de Tom Cruise en The Color of Money o The House of the Rising Sun de The Animals en Casino para el crepuscular epílogo de los personajes. En Goodfellas vuelve a cargar con el punk de Sid Vicious y su versión del tema My Way de Frank Sinatra, y lo volvería a hacer primero diez años después con Janie Jones de The Clash en Bringing out the Dead, y luego en The Departed, con el punk céltico de la banda bostoniana Dropkick Murphyes y su emblemático I’m shipping up to Boston.
Pero probablemente el grupo estrella de Scorsese –dentro de sus muchos fetiches y musas– sea The Rolling Stones; y a lo mejor es por el paralelismo con la banda de Jagger y Richards y su filosofía de reinventarse continuamente sin por eso dejar de ser fieles a sus inicios y a su forma de ser. Lo que sí que está claro es que sus canciones han inmortalizado grandes momentos de la filmografía del director. En Mean streets, por ejemplo, suena Jumping Jack Flashes cuando se presenta Robert DeNiro en la primera de las colaboraciones que harían juntos.
JUGANDO CON EL LÍMITE
Es uno de esos directores que estarán sentados durante todo el día, y si algo mágico está pasando entre los actores, mantendrá la cámara en ti.” Dijo Leonardo DiCaprio sobre Martin Scorsese en una entrevista de la MTV durante el preestreno de The Wolf of Wall Street. “Incluso si no tiene nada que ver con la estructura de la trama, ya que él en el fondo cree que el personaje es realmente la trama.[5]
Éste, otro de los tantísimos rasgos característicos del estilo scorsesiano, es la extraña relación simbiótica que desarrollan director, actor y personaje a la par y que parece moverse bajo los mismos designios dentro del influjo del propio filme. De nuevo, como tantas veces ha hecho con Robert de Niro, Scorsese lleva a sus actores hasta el límite. Volviendo a The Wolf of Wall Street, las aceleradas interpretaciones de Leonardo Dicaprio y Jonah Hill cruzan las fronteras de la intensidad, como tantas veces hicieron DeNiro y Pesci en el pasado, y se resuelven entre el realismo y la caricatura, como si buscaran la aleación entre John Cassavetes y Jerry Lewis.
DiCaprio encarna al stockbroker Jordan Belfort, tipo que de estar en el suelo llegó a convertirse, a los 26 años, en multimillonario, y una década más tarde figuraba preso y debiendo pagar 110 millones de dólares a sus estafados. Un tipo emocionalmente inestable, violento, cínico y permanentemente drogado por químicos que consume como si no hubiera un mañana. No es precisamente un héroe; más bien lo contrario. Hay que saber estar y no estar con él para que esa perspectiva pueda funcionar. Para Scorsese nunca fueron interesantes los héroes compuestos ni amorosos. Desde el protagonista de Mean Streets, hasta el Howard Hughes de The Aviator –pasando por el Travis Bickle, de Taxi Driver, y el Jack La Motta, de Raging Bull–, ninguno de los héroes del realizador estuvo en paz con sus demonios interiores.
Debe ser su herencia siciliana, pero el caso es que Scorsese sabe cómo tratar con dichos demonios. En sus películas hemos visto innumerables momentos en que el film se escapa de la narración para brindar momentos únicos por su espontaneidad y genuinidad. “You takin to me?”, repetía incesantemente un enloquecido DeNiro delante de un espejo, o un maníaco Jou Pesci estallaba en un arranque de rabia y disparaba sin motivo alguno al mozo de un bar clandestino y luego encogía los hombros confundido cuando le preguntaban por qué lo había hecho. Estos pequeños momentos dónde de verdad se expone la realidad del cine en su máxima exaltación catártica son los que más me impresionaron cuando empecé a conocer la filmografía de Scorsese más de cerca. De su última obra, destaco ese pequeño movimiento dónde, un DiCaprio eufórico y aparentemente drogado hasta arriba nos muestra un as en la manga del que nunca habíamos visto e irrumpe en un alocado baile hiphopero vestido de smoking, celebrando la metáfora de la gran fiesta que es el cine para Scorsese. Para mí, ese fue el momento cumbre de The Wolf of Wall Street, en el que finalmente se me cortó el aliento y tuve que frenar para coger aire de nuevo.



LAS NUEVAS BANDAS DE NUEVA YORK
Como Goodfellas, como Casino, como Gangs of New York, The Wolf of Wall Street emerge como el último tapiz scorsesiano de los cimientos inmorales de América. Otra crónica de irrefrenable éxito y de imposible redención armada con el vigor, la energía y el relieve que solo Scorsese sabe conferir a las imágenes, embarcándonos en un frenético carrusel que no cesa de ofrecerse como un documento antropológico y como un espejo moral de nuestro tiempo. A ratos es un filme condenadamente divertido en su desenfreno bacanal que atrapa como no lo hace ninguna de estas películas el reverso oscuro del sueño americano. Y lo atrapa desde la comedia negra. Es más, desde la sátira endemoniada.
En el universo de Scorsese, Wall Street solo podía ser retratado como el equivalente de la Mafia. “Jordan Belfort es el hermano menor de Henry Hill, el protagonista de Goodfellas”; Sostiene el director. “Su último objetivo es el mismo, el dinero, las chicas, la cocaína, y la jerarquía de Wall Street tiene una estructura similar a la de la Mafia. Puede que cambie el decorado, que la amoralidad sea más política, pero son la misma cosa”. Así convierte Scorsese a los gánsteres de hoy en día en los brókeres de la Bolsa, las pistolas de aquéllos son los teléfonos de estos, los charcos de sangre son los fajos de billetes. “¡Stratton Oakmant es América!”, grita Belfort. Y así es, la firma bursátil que dirige con orgullo, que marcó un antes y un después en Wall Street (ganando cientos de millones de forma fraudulenta y a costa de la ignorancia de los pobres), es la expresión encarnada de las prácticas más ruines del capitalismo. Más tarde, perseguido por el FBI, Belfort alzará otro grito en esta película tan gritona: “Fuck America!”. Y claro, el círculo se cierra. Su comportamiento no es tanto el de un mafioso como el de una estrella del rock en una perpetua orgía de sexo y drogas y dólares. Sodoma y Gomorra en el corazón financiero de Occidente. Esta es la visión de Scorsese del sueño americano. 
Como le advierte su padre en un momento dado, empleando una de esas frases subrayadas en el guion, los excesos le acaban pasando factura a Belfort. Y quizá esa factura también la paga el conjunto de la película, que en su poética del exceso, casi pasoliniana, limítrofe con el delirio, no encuentra el freno de mano. The Wolf of Wall Street avanza sin modulación alguna, sin apenas inflexiones. Empieza en lo más alto y ahí se mantiene. Como si Scorsese nos quisiera demostrar, en la era cibernética, que el cine ya no es una cuestión de luces y sombras, de control y descontrol, de contrastes. Nos invita a habitar la locura de un mundo que se colaba por el sumidero del placer y la locura, acaso para que al final nos sintamos también culpables. “Todos somos cómplices del desfalco financiero global, en el sentido de que hemos permitido que la cultura se convierta en algo donde la única cosa que tiene un sentido genuino es el dinero”, reflexiona el cineasta.
Eso ha provocado que Christina McDowell, hija de un ex asociado de Jordan Belfort llamado Tom Prousalis que fue encarcelado y que dejó a su hija una cuantiosa deuda en herencia debido a los desfalcos producidos, acusa a los artífices de la película de glorificar y de mostrar como entretenidas unas actividades ilegales que han sido causantes del derrumbe del sistema capitalista, del que ahora padecemos sus consecuencias, enarbolando el amor al dinero y la codicia, además de ofrecer un mensaje misógino que deja a las mujeres como meros floreros.[6]
No en último lugar, también genera polémica la mirada sobre el capitalismo. Efectivamente, hay razones para sostener que Scorsese ve en el sistema un gran fraude -metódico, rampante y gigantesco- contra los débiles e incautos. Sin embargo, el asunto no es tan simple. Es el propio sistema el que sanciona a Belfort y lo lleva a la cárcel por delincuente. Las imágenes finales tienden a dejar en duda el concepto de redención y a dejar en claro que la pulsión vendedora del protagonista es parte de su naturaleza y muy anterior a cualquier sistema. Esa pulsión -peligrosa, concupiscente, obsesiva- es lícita en principio, aunque se vuelve delictual cuando traspasa ciertos límites. El huevo de la serpiente, siendo así, no estaría menos en el sistema que en la naturaleza humana. El trasfondo del mejor Scorsese siempre es teologal.
Vamos a ver cada vez menos películas así, inclasificables y hechas al margen del concepto de nicho. Son demasiado caras, demasiado provocativas. Son pocos quienes se atreven a interpelar a todos los públicos, a dejar espectadores heridos en el camino, a asquear y fascinar al mismo tiempo. Eso supone no sólo vencer las inercias de la industria. El triunfo fue también vencer las inercias de la crítica.
Que un nativo del Bronx con tantas inhabilidades sociales, laxitud moral y poder de persuasión como Jordan Belfort (1962) haya llegado a la cima del mundo tiene algo de cómico, de trágico y de absurdo. Algo que no se le pasó a DiCaprio al comprar los derechos de un bestseller que Belfort publicó en 2005. Tampoco al guionista contratado para la adaptación, Terence Winter, libretista de Los Soprano, que en los 80 trabajó con Merrill Lynch: de ahí salió una entrada al espacio íntimo del mundo financiero, que también es un reporte de sus miserias y sinsentidos y de una racionalidad que deviene culto: ganar a cualquier precio.
Tampoco cree el cineasta que por internar al espectador en los meandros de la historia, haya acá alguna lección con mayúscula. “Me sorprendió y maravilló el hecho de que las mismas cosas continúen sucediendo una y otra vez”, comenta. “Hay períodos de auge financiero con una especie de euforia, donde parece que todo el mundo se va a enriquecer y que todo va a ser genial. Y luego todo se derrumba y uno toma conciencia de que sólo algunos se estaban enriqueciendo a costa de otros. Sucedió en la época dorada de fines del siglo XIX. Pasó en 1929 y en 1987 […] Esto sucedió a finales del siglo con el estallido de las punto.com, cosa que volvió a suceder en 2008. Y pronto podría volver a pasar”.[7]
Durante la presentación de El lobo de Wall Street, declaró que su jubilación estaba más cerca de lo que a él mismo le gustaría. Pocos podrían pensar que la vigorosidad de semejante tragicomedia dionisiaca sea obra de un señor al borde de la retirada.[8]
EL ÚLTIMO BAILE DEL LOBO
En una carta que escribe Martin Scorsese a su hija Francesca, publicada en L’Espresso el 2 de enero de 2014, el director dice: “En los últimos años, me he dado cuenta de que la idea del cine con la que crecí, de las películas que te mostré de pequeña […], está llegando a su final.”[9]
Y es que es posible que sea éste su último trabajo, según, como ya hemos aclarado, ha declarado el propio Scorsese. A lo mejor lo ha hecho con la conciencia de que represente el final, tanto de su obra como de ese cine que nació a finales de los sesenta y durante los setenta, el de la conocida generación brat, y que ha marcado las directrices del cine hasta nuestros días. Inmensamente ambiciosa, esta pieza de 179 minutos, la más larga de su filmografía, parece haber estado diseñada para ser la última gran obra maestra de un director que se ha esforzado para constituirse como uno de los pilares esenciales del cine post-moderno contemporáneo. Un filme que trata el discurso en torno al exceso y el sentido moral de la naturaleza humana en otra colosal épica de ascensión y caída, tal como Goodfellas o Casino.
Un simbólico paralelismo, tal vez, a la esencia en sí que representa la nueva edad dorada de Hollywood. Un cine que elogia a la imperfección, a lo lunático y desenfrenado. Un cine que nació con las drogas, la violencia explícita, el erotismo y el rock’n’roll. Un cine que se creyó capaz de encabezar la contracultura parricida y revolucionaria de los sesenta, tan hedonista y ambiciosa como lo eran los jóvenes directores que lo representaban. Esos que fueron similares a los gánsteres callejeros arquetípicos de los filmes de Scorsese; unos desarrapados don-nadies embarcados en su personalizada cruzada del mito de Scarface, el de la lucha por el poder a toda costa que inevitablemente siempre desemboca en un trágico final y que termina por hundir a sus protagonistas en lo más profundo del pozo. Ese Hollywood que ha terminado por imponerse hoy en día como máximo exponente de la cultura del neoliberalismo capitalista y del neocolonialismo cultural americano; Enrocándose todos estos directores en los tronos vacíos que dejaron sus predecesores de los que ellos tanto se quejaban por reaccionarios y mercantilistas. Pues estos jóvenes son ahora quienes dominan la cumbre del Hollywood y la gran industria del entretenimiento. Y como bien recalca una y otra vez Martin Scorsese, cuando se llega a lo más alto, solo queda un camino por seguir, y este es el de la inevitable caída. Scorsese ve que ese futuro está cerca, y sabe que es hora de hacer lo que otros no supieron en el pasado, que es retirarse de forma caballerosa y con el honor aún intacto.
Aún así, ésta no es una visión del todo pesimista. Scorsese, en su carta a su hija Francesca, añade que ese futuro que se acerca será brillante, porque por primera vez en la historia de esta forma de arte, las películas se pueden hacer con muy poco dinero”. Eso es lo que augura este director que ya forma parte del panteón celestial no solo de Hollywood, sino de toda la cultura en sí; Un futuro que se prestará, gracias a las nuevas tecnologías, no ya a la modernización, sino a la socialización del cine, cumpliendo el sueño frustrado de los que en su día se denominaron los nuevos lobos de Hollywood, que es que el cine pueda ser verdaderamente de todos y para todos.



[1] SOTO, Héctor. Scorsese enardecido, recargado y glorioso. La Tecera. Enero del 2014. http://www.latercera.com/noticia/cultura/2014/01/1453-560265-9-scorsese-enardecido-recargado-y-glorioso.shtml, última revisión el 16 de marzo de 2015.
[2] Aprendiendo de Martin Scorsese y los Rolling Stones. Neo Consulting. Septiembre del 2008. http://www.neo.com.pe/2008/09/17/aprendiendo_de_martin_scorsese_y_los_rolling_stones, última revisión el 16 de marzo del 2015.
[3] COLLAR, Jorge. Hugo Cabret, de Martin Scorsese: en busca de Georges Méliès. Nuestro tiempo. Febrero del 2013. http://www.unav.es/nuestrotiempo/es/cultura/hugo-cabret-martin-scorsese-busca-georges-melies, última revisión el 12 de marzo de 2015.
[4] Martin Scorsese y la música en 10 escenas. Numerocero. Enero del 2014. http://numerocero.es/musica/articulo/martin-scorsese-musica-10-escenas/2144, última revisión el 12 de marzo de 2015.
[5] ZALBEN, Alex. Leonardo DiCaprio breaks out his dance moves for “The Wolf of Wall Street”. MTV News. Diciembre de 2013. http://www.mtv.com/news/1719575/leonardo-dicaprio-dance-moves-wolf-of-wall-street/, última revisión el 16 de marzo de 2015.
[6] GONZALO, Nacho. Conexión Oscar 2014: “El lobo de Wall Street”, juergas, excesos y codicia en lo nuevo de Scorsese y DiCaprio. Lo que yo te diga. Diciembre del 2013. http://www.loqueyotediga.net/diario/show/conexion-oscar-2014-%E2%80%9Cel-lobo-de-wall-street%E2%80%9D-juergas-excesos-y-codicia-en-lo-nuevo-de-scorsese-y-dicaprio, ultima revisión el 12 de marzo del 2015.
[7] MARÍN, Pablo. Sexo, drogas y dinero: Scorsese presenta El Lobo de Wall Street. La Tecera. Diciembre del 2013. http://www.latercera.com/noticia/cultura/2013/12/1453-558262-9-sexo-drogas-y-dinero-scorsese-presenta-el-lobo-de-wall-street.shtml, última revisión el 16 de marzo del 2015.
[8] NAVARRO, Raúl. La manada de Scorsese. Quemarropa: Cultural & Lifestyle magazine. Febrero del 2014. http://www.quemarropa.com/la-manada-de-scorsese/, última revisión el 16 de marzo de 2015.
[9] REVIRIEGO, Carlos. Scorsese y el Sodoma y Gomorra de Wall Street. El Cultural. Setiembre del 2014. http://www.opinion.com.bo/opinion/ramona/2014/0928/suplementos.php?id=4451, última revisión el 13 de marzo del 2015.

Helmet for my pillow


PRÒLEG
Mai m’he considerat una persona agressiva ni irracional. Sóc més aviat calmat i reflexiu. Sóc pacifista; Detesto la violència i el sofriment aliè. Tanmateix, quelcom dins meu gaudeix de forma bestial amb el cinema bèl·lic. Suposo que es deu al saber que es tracta d’una ficció i que cap de les persones que apareixen al film moren realment, i això fa que l’empatia s’esvaeixi per complet i les pulsions més violentes sorgeixin del meu interior sense tabús. O potser és perquè la violència a la qual estic acostumat, la violència explícita del cinema, és una violència falsa, grandiloqüent, espectacular... Pensada, bàsicament, per entretenir.
Els meus avis van passar la guerra civil. El pare del meu pare va ser soldat del bàndol republicà i, després, durant l’etapa final de la guerra i els primers anys de la postguerra, quan encara quedaven focus de resistència, com a càstig per haver servit amb l’enemic, del bàndol nacional. De les històries que m’explicaven ell, la meva àvia i el meu altre avi, m’he construït una idea de la guerra que gens s’acosta a la que ens mostren John Ford, John Sturges, Lee Thompson, Kubrick o Coppola. La figura del soldat americà ha evolucionat, sí, però encara està lluny de separar-se de la del guerrer heroi de mil batalles, la de l’Aquil·les que, amb els seus més i els seus menys, les seves pors i els seus temors, sempre s’acaba proclamant victoriós en totes les batalles.
Tot i encara allunyada de la realitat, l’evolució de la cinematografia bèl·lica està en continu procés de desmitificació. El nou Hollywood i la Guerra del Vietnam van aportar una nova lent a través de la qual mirar al soldat i a la guerra. Varen sorgir els Johns Rambo, els Coronels Kurtz o els Leonards Gomer Pyle; els veterans psicòtics, els criminals de guerra i els reclutes biològica o psicològicament no aptes per a la batalla. La post-modernitat i la Guerra del Golf encara l’hi van donar una volta més, i varen permetre que naixessin films com The Thin Red Line (1998), Jarhead (2005) o Letters from Iwo Jima (2006), entre d’altres.
Amb el primer dels exemples, el film de Malick, vull remarcar que el fet de la coralitat dins d’una obra bèl·lica permet retratar les diferents facetes dels soldats anònim, i fer-ho d’una forma orgànica que no faci perdre versemblança a la història que s’està explicant. Aporta un cert aire de realisme socio-antropològic a la guerra: Els soldats, en realitat, són persones, i de persones n’existeixen de tot tipus; tots tenen els seus objectius personals, les seves pors i la seva forma de veure el món. Transforma el concepte d’exèrcit com a massa unitària, autòmata i coordinada cap a un mateix fi, en un complex teixit multidimensional de pensaments i accions; Sent l’única entitat del món, l’exèrcit, on es pot reunir a tanta gent diferent durant tant de temps per a una mateixa causa (una causa, a més, violenta), amb totes les contradiccions i drames subjectius que això pot generar a cada individu concret.
Amb pel·lícules com les del segon dels exemples, el film de Sam Mendes, perceps de forma més tàctil i literal què significa la vida del soldat. Resulta que el seu dia a dia no és recórrer trinxeres, esquivant bombes a tort i a dret i massacrant amb la seva arma a legions senceres d’enemics d’occident i de la pàtria. El què ens mostren pel·lícules com Jarhead és l’espera del soldat que no li toca entrar en combat imminentment, amb l’avorriment i la incertesa com a màxims enemics: El sol, la calor, la sorra, la incomoditat... L’exèrcit, els mariners, no són més que una banda de xavals rapats, violents, entrenats i impacients per matar a la seva primera víctima i que han de conviure junts i aïllats durant molt de temps. Com a tots els nois de la seva edat, estan àvids de sexe, tenen conflictes entre ells, es barallen, es gasten bromes pesades, s’enyoren de les famílies, aprenen a lidiar amb les relacions a distància, es fan costat entre ells en els moments durs, etc. La guerra ja no és emocionant, ja no és napoleònica, no hi ha focs d’artifici. La guerra real no és encisadora, ni èpica, ni romàntica. No hi ha herois; Només joves que són enviats molt lluny de casa perquè matin o perquè morin.
La post-modernitat també ens porta l’altra cara de la batalla, l’alteritat, l’enemic: Aquell ser que tenia més de bèstia que de persona i que el seu únic objectiu era assassinar-te a tu i als teus companys i massacrar a la població local que tractaves de protegir per, finalment, si no ho impedies, envair el teu país, violar les teves dones, germanes i filles, esclavitzar els teus pares i, en definitiva, arrasar amb tot el què havies cregut fins ara; ja fos un soldat imperialista prussienc, un agent de les SS, un kamikaze, un comunista nord-coreà, un guerriller vietcong, un espia del KGB, un mercenari Serbi o un terrorista d’Al-Qaida. No deixava de ser un missatge propagandístic tan típic i tòpic del segle que deixem enrere. La guerra s’ha més que demostrat que és nihilista, relativa, geopolítica: Els soldats poc hi tenen a veure amb la vertadera guerra, siguin del bàndol que siguin. A Letters from Iwo Jima, com a molts altres films coetanis, se’ns mostra a un enemic amb les mateixes pors, sensacions, ambicions i experiències que les que s’ha mostrat que tenien els soldats americans. Molts cops, fins i tot, experiències molt més dures: Pitjors armes, pitjors condicions, més sofriment, més derrotes. De fet, en la majoria d’ocasions s’inverteix completament la visió de la Guerra, mostrant que són en realitat els americans qui envaeixen països, rebenten cultures, aixafen infraestructures i violen i assassinen sense pietat.
Així doncs, poc a poc el cinema nord-americà es va acostant al retrat fidel del què és la guerra –un retrat que, per exemple, la literatura ja fa temps que ens ha donat– però el problema radica en què un llargmetratge no dóna per tant. No es pot encabir la veritable sensació del què és una guerra, que pot durar anys, en una narració de com a màxim 200 minuts. Una pel·lícula és discriminatòria, és concreta. L’autor ha de triar un missatge específic, un tema singular a tractar, i aquest fet fa perdre la visió realista i documental de la guerra real. En aquest enclavatge és on guanya força la narració serial per permetre retratar aquest concepte des d’una perspectiva més minuciosa i a la vegada més àmplia. En una obra de 10 hores és més fàcil que en una de 3 poder explicar aquestes tres noves característiques o eixos de focalització: Pot ser coral més fàcilment, i centrar-se en les històries, experiències i subjectivitats de més d’un personatges i tractar-les amb suficient precisió com perquè no es quedin en simples estereotips; Pot reflectir la quotidianitat del soldat i el seu dia a dia sense perdre l’adrenalina dels moments d’acció; I pot reflectir les conseqüències socioculturals més enllà de la batalla, els desastres a què s’ha d’enfrontar la població civil i la coneixença de l’exèrcit de resistència –l’enemic– i de la seva situació.



ELS GERMANS DE SANG
Un dels casos més exemplificatius del poder narratiu de la televisió és l’adaptació que en van fer Steven Spielberg i Tom Hanks del film Saving Private Ryan (1998) a la sèrie Band of Brothers (2001). No quedant prou satisfets amb l’èxit del film, Spielberg –a qui la pel·lícula l’hi havia fet guanyar el seu segon Oscar al millor director– i Hanks es van associar amb la HBO per començar amb aquesta producció serial tan bon punt es va finalitzar el film precursor.
La sèrie es basa en el llibre homònim de l’historiador Stephen Ambrose, i relata les experiències de la Companyia Easy del 506è Regiment d’Infanteria Paracaigudista de la 101a Divisió Aerotransportada de l’Exèrcit dels Estats Units; el mateix regiment, al seu torn, del qual en formava part el tant buscat soldat James Francis Ryan, personatge fictici interpretat per Matt Damon a Saving Private Ryan. De fet, a mode d’anècdota, tan relacionades estan ambdues obres com que la pel·lícula, tot i ser fictícia, es basa en la història real dels germans Niland: 4 germans allistats voluntàriament durant la Segona Guerra Mundial, el gran a la USAAF al front del Pacífic i els altres tres a diferents regiments d’infanteria al front Europeu. Resulta que dos d’aquests van perdre la vida durant el desembarcament de Normandia i el gran fou donat erròniament per mort després de ser capturat pels japonesos a Birmània (essent alliberat al final de la guerra). Fritz Niland, el petit de la família, membre del 501r Regiment de Paracaigudistes de la 101a Divisió Aerotransportada, se li va permetre retornar als EEUU i acabar de passar allà el servei després de comunicar-li erròniament la mort dels seus altres tres germans. Segons la llei de l’últim supervivent, retratada a Saving Private Ryan, l’exèrcit americà permet que, si en una mateixa família on tots els germans s’han allistat només en sobreviu un, a aquest se li permet llicenciar-se i tornar a casa. La casualitat és que Fritz Niland, aquest últim supervivent amb què es basa el personatge de Damon, era amic íntim dins de la 101a Divisió Aerotransportada de Warren Muck i Donald Malarkey, ambdós personatges de la sèrie Band of Brothers.[1]
Retornant al tema, la decisió d’Spielberg i de Hanks d’embarcar-se en un remake tres cops més gran de Saving Private Ryan va ser, probablement, merament artístic. Com ja he explicat que succeeix, el format del llargmetratge se’ls hi va quedar curt, havent de retallar moltes hores i sense poder parar-se a desenvolupar temes que els hi devien sorgir sobre la marxa. A més, com a bon pèplum de guerra, Saving Private Ryan és un monument a l’acció, a la pirotècnia i al frenesí visceral. Spielberg volia fer un film de guerra, però es va limitar a gravar una gran batalla. El resultat: increïble; no crec que ningú ho posi en dubte, i molt menys després d’invertir mitja hora del metratge en un sol objectiu. Aquest remaster de The Longest Day però amb tota l’espectacularitat del cinema post-modern va aconseguir plasmar com mai cap altre film havia fet i, que jo sàpiga, ha tornat a fer, la bogeria que representa una batalla com la de la platja d’Omaha a Normandia. És tant vívid que ho sents a la pròpia pell: els sotracs dels vehicles amfibis sobre les onades, la incertesa i la por, el suspens i el neguit abans de la batalla, els primers morters fent esclatar l’aigua, les comportes obrint-se, les bales xiulant-te al costat de la orella, les bombes caient a tort i a dret, la olor a aigua de mar, a sal i a pólvora, els metres i metres de sorra, les fileres d’eriçons txecs, els búnquers de les muntanyes del davant escopint ràfegues lluminoses i letals... La sensació d’atzar que produeix saber que pots ser abatut en qualsevol moment sense poder-hi fer res.
Tot i que la intenció “documentalista” hi és, i es fa visible, queda bastant solapada per aquesta consecució frenètica de moments d’acció. Quan dic “documentalista” em refereixo a que, tot i ser un relat de ficció, Spielberg va voler ser el màxim de fidedigne amb la recreació històrica i amb el dia a dia del soldat, fet que aconsegueix satisfactòriament. Tanmateix, són les petites pinzellades dels moments de calma, quan no toca disparar, i quan el soldat té un moment per respirar, per pensar i per conversar, en què es pot recrear vertaderament la realitat de la guerra. I la necessitat d’espectacularitat en un llargmetratge de gènere bèl·lic impedeix dedicar gaire temps a aquests moments. Al cap i a la fi, no deixa de ser un producte de la indústria de Hollywood on hi ha invertits molts diners, i on no hi ha espai per a buscar altres pretensions que no siguin entretenir purament a l’espectador. A, Band of Brothers, en canvi, al ser una producció pensada per a la televisió, amb més disposició de metratge i dividida per capítols, sí que hi ha molt més espai per a dedicar a moments d’aquests. Per tant, en certa manera, la sèrie aconsegueix ser més “documentalista” que la pel·lícula: No hi ha cap missió concreta o heroica, més que els diferents punts que ha d’assegurar la companyia E, fet que augmenta la sensació de realisme respecte el film.
Tant sols analitzant els títols te’n pots fer una idea: a Saving Private Ryan (Salvant al soldat Ryan), l’element central és la missió. El personatge de Hanks és cridat a l’acció i ha de reclutar un escamot especial i de confiança, cadascú amb unes habilitats pròpies que el fan un membre imprescindible, a mode de lliga d’homes extraordinaris, per tal d’assolir la missió. És un element típic per explotar en una narració de la durada d’un llargmetratge: L’argument universal dels Set Samurais d’Akira Kurosawa, dels Cavallers de la Taula Rodona o, fins i tot, dels Dotze Apòstols de Jesucrist. És una obra coral, sí, perquè tot l’escamot n’és partícip i tenen un protagonisme (salvant les distàncies amb Hanks) similar, però la sensació de realisme es perd degut a la mitificació dels seus protagonistes.
D’altra banda, a Band of Brothes (Banda de germans) es focalitza el protagonisme en la companyia. Tot gira en torn als seus integrants i en el què va representar l’experiència de la guerra per a cadascú d’ells. La sèrie otorga més espai, més mal·leabilitat per a desenvolupar els personatges i les seves relacions, i fer-ho de forma molt més subtil, orgànica i realista. A diferència del film, a Band of Brothers no hi apareix cap gran estrella (malgrat alguns dels protagonistes, com passa amb Damian Lewis, hagin guanyat notorietat posteriorment per altres projectes com Homeland). Tenir un nom de prestigi encapçalant el repertori d’actors té avantatges i té inconvenients. Aporta glamour, espectadors i, possiblement, una fotogènia que un bon director de fotografia pugui aprofitar. En canvi, dota a les imatges, per molt realistes que siguin, de la percepció que al veure-les s’està veient una ficció, una mentida. A les seqüències d’acció de la sèrie, magistralment rodades, a penes ens sonen una o dues cares. Això funciona tant des del punt de vista visual (ja que permet que la càmera no li rendeixi tribut a ningú en concret) com des de la conceptual, ja que si quelcom representa Band of Brothers, és un monument al soldat anònim. Anònim però real.

I és aquí on el nou format serial televisiu permet optar per un altre tipus d’obres on es pot assolir un punt més de versemblança a l’hora de recrear la cruesa de la guerra, i que no passi pel pur espectacle pirotècnic i les vísceres a tort i a dret, del qual Band of Brothers també en va ben servit. El què realment mai s’ha representat en el cinema més comercial és la vida del soldat fora de la batalla, i la televisió ho està començant a fer. Segueix havent-hi artifici esperpèntic en les escenes de batalla, però la dilatació temporal permet retratar més fidelment com era la vida del soldat.
Tot i que ja hi ha films que ja ho havien proposat, com Full Metal Jacket (1987) de Stanley Kubrick, a Band of Brothers s’aconsegueix veritablement mantenir una relació de companyonia amb els seus personatges gràcies a la serialitat, com si des de la comoditat de l’espectador també formessis part de la companyia. Coneixes els teus companys d’armes en el mateix moment en què ells també es coneixen entre sí durant el període d’instrucció als Estats Units i els acompanyes batalla rere batalla fins al final de la guerra. El fet de la segmentació per capítols crea la metàfora del pas del temps, i permet experimentar millor la sensació dels dos anys que passen els soldats a Europa en territori enemic.
Són molts els aspectes que enriqueixen la sèrie en aquest sentit: a més de les relacions d’amistat i el lligam de camaraderia dels germans de sang i del seu procés, a vegades conscient, de degradació i deshumanització, també veiem les diferents interaccions dels soldats amb la població civil i amb els propis nazis, vivim en una trinxera, participem a l’assalt al Niu de les Àguiles i descobrim un camp d’extermini jueu que ha estat abandonat pels soldats alemanys, però on encara hi ha alguns supervivents entre els presos. Som partícips de què fa la guerra a la ment del soldat, tan la decadència física com la mental, les condicions en les que viuen i la duresa de les situacions que són obligats a viure. No és una aventura argonàutica de grans herois, sinó el moment més dur de la vida d’un grup de joves espantats, obligats a abandonar la seva innocència i ingenuïtat a marxes forçades.[2]







L’INFERN PACÍFIC
Steven Spielberg i Tom Hanks, deu anys després de produir Band of Brothers, van voler retornar a la indústria televisiva amb una nova versió de la guerra, tot i que aquest cop situada en un front diferent de l’exèrcit americà. En aquesta ocasió, Spielberg i Hanks decideixen centrar l’acció al Teatre del Pacífic, retratant una part de la Segona Guerra Mundial a la que potser estem menys acostumats, la que enfronta les tropes de mariners nord-americanes contra l’Imperi Nipó. També de l’HBO, The Pacific (2010) és un projecte íntimament lligat al seu predecessor: Molts dels guionistes en són els mateixos i fins i tot hi participa Hugo Ambrose, fill d’Stephen Ambrose, l’autor del llibre Band of Brothers, com a assessor històric de la sèrie.
Més específicament, The Pacific es basa també en dos llibres: Helmet for My Pillow i With the old breed; memòries de guerra dels ex-combatents Robert Leckie i Eugene Sledge respectivament, les experiències dels quals són narrades a la història, així com la del famós marine heroi de guerra John Basilone. La sèrie retrata algunes de les batalles més importants en les quals va intervenir la 1ª Divisió de Mariners, com Guadalcanal, Cap de Gloucester, Peleliu, Iwo Jima i Okinawa.
Tot i això, The Pacific no és ni ha pretès ser mai una seqüela de Band of Brothers, sinó que es constitueix com una obra amb essència pròpia i amb pretensions ben diferents. Malgrat compartir ambientació històrica i voluntat descriptiva, tenen moltes característiques diferents, fet que en alguns casos The Pacific s’hagi guanyat alguns detractors dins dels fans de Band of Brothers. Aquesta última és una sèrie molt més literària: tots els protagonistes pertanyen a la mateixa companyia, com ja hem explicat, hi ha un pla bèl·lic, un itinerari, unes relacions entre personatges més fàcils de reconèixer, que evolucionen, etc. El fet que a The Pacific optin per seguir les històries de tres soldats diferents que, per exemple, mai es van arribar a trobar en el camp de batalla, fa que a vegades costi seguir la trama, ja que salta d’uns a altres de forma indiferent. De fet, podrien ser 3 pel·lícules separades ajuntades que només comparteixen el gènere i l’escenari. Aquest fet, però, permet proveir una visió força àmplia del què va ser la Guerra del Pacífic i la vida del marine que hi va participar.
M’agrada recalcar aquesta idea, de que podrien ser tres pel·lícules diferents unides en una mateixa obra, perquè aquesta afirmació no és del tot desencertada dins del context en què s’emmarca The Pacific. Amb un pressupost aproximat de més de 150 milions de dòlars i avalada per l’èxit de Band of Brothers ja s’anunciava com un èxit televisiu abans i tot de la seva estrena, entre altres coses per proclamar-se la sèrie més cara de la història (si ens referim al preu relatiu per episodi). Calculo que la producció total de Lost va ser d’aproximadament 300 milions de dòlars, però aquesta compta amb 6 temporades i 121 episodis, i un cast recurrent que s’havia de mantenir durant els 6 anys d’emissió. The Pacific va costar la meitat però sense haver de pagar sous a grans estrelles i només comptant amb la producció d’una sola temporada de 10 capítols.
El resultat es pot esperar, i més sota la batuta del gran Spielberg, l’empremta del qual es denota des del minut 1, amb seqüències que ens transporten directament al desembarcament de Normandia de Saving Private Ryan. Sèries com aquestes demostren que estem entrant a una nova era, on la televisió, pel què fa a qualitat fílmica, ja no es diferencia del cinema.
Els costos d’una empresa de tals característiques no es pot acabar d’avaluar exactament. Una dada interessant és la que ofereix el diari The Malaysian Insider, en la qual calcula que la sèrie va acabar costant 270 milions de dòlars, els quals 134 milions van ser invertits a Austràlia, on es va rodar íntegrament. Al seu torn, el diari Australià Herald Sun va estimar que havia creat 4000 llocs de treball i havia general 180 milions de dòlars per l’economia australiana.[3]
Un altra de les grans fites que supera The Pacific és una estrena mundial gairebé simultània (salvant només les diferents franges horàries per quadrar-ho amb el prime time de cada país); cosa que avui en dia encara es considera un fet revolucionari, malgrat sigui un model cada cop més necessari i que s’anirà incrementant en el futur, per tal de tenir contents a uns espectadors cada cops més exigents i acostumats a la immediatesa que proporciona la pirateria digital.
Així doncs, un arriba a la conclusió amb sèries com The Pacific que les barreres entre la forma de fer i de veure el cinema i la televisió són cada cop més fines. Les pantalles domèstiques cada cop són més grans, amb més definició i amb un equip de so més bo. Existeix això que anomenem Home Cinema, un invent que et permet gaudir de la qualitat i de l’experiència que suposa el cinema sense moure’t del sofà, i les networks i les productores televisives, i cada cop més les cinematogràfiques, ho veuen i se n’estan aprofitant. És per això que podem parlar de tres pel·lícules en una, ja que les noves ficcions televisives no deixen de ser llargmetratges de 600 minuts, o més, de duració. El què està clar és que, de moment, deu funcionar, perquè sinó Spielberg i Hanks no estarien planejant una tercera entrega sobre minisèries de la Segona Guerra Mundial, que s’anomenarà The Bomber Boys i es concentrarà, aquest cop, en l’exèrcit de l’aire nord-americà, amb la famosa flota aèria The Mighty Eighth com a protagonista.
Pel què fa a l’aspecte temàtic de The Pacific també el podem entendre des de la idea de les tres pel·lícules diferents englobades dins d’una mateixa sèrie. El tomb que agafa The Pacific respecte a Band of Brothers, i que potser per això és considerada per molts espectadors una obra pitjor, és la, d’un cop més, guanyar en l’aspecte “documentalista”. La decisió de basar-se en tres històries diferents recau en l’ambició de voler-ho explicar tot sobre la vida del marine de la Segona Guerra Mundial. Aquesta sèrie mostra encara molts més aspectes que la predecessora. Veiem la guerra des de molts més punts de vista diferents: des del voluntari que vol ser reclutat fins al de l’heroi de guerra que retorna a casa per promocionar l’allistament de nous reclutes. The Pacific inverteix molts més capítols en mostrar com es veu la guerra des dels Estats Units, tan abans, com durant, com després de la guerra, i com afecta el retorn als veterans i el refer les seves vides.
Fins i tot hi ha espai per capítols romàntics. Els papers femenins, sempre oblidats a les pel·lícules de gènere bèl·lic, també hi tenen cabuda en una sèrie de televisió. Per una banda The Pacific retrata les amants dels mariners de permís a Australia, que es va convertir en quelcom comú: El típic descans del guerrer. Per altra banda també tracta el personatge de la infermera, que ja havia aparegut a Band of Brothers però que aquí agafa més importància degut a la relació amb John Basilone i a la implicació i al paper actiu a la guerra.
The Pacific se centra molt més encara, doncs, en la vida del marine en campanya. Valent-se de la l’amplitud temporal que permet la televisió, la sèrie ens regala molts més moments de pausa, de descans, de marxa, de calor i de pols. Moments on el soldat es pot parar a pensar en el què fa, a reflexionar sobre el què veu i a intentar endevinar les conseqüències que tindrà tota aquella experiència per a ell en el futur. Moments on fa pinya amb els companys, té converses banals per intentar oblidar per un moment l’horror en el què viu, on fa grans amics els lligams amb els quals no vol que siguin massa forts per si de cas un d’ells cau en el següent combat. Moments on el veterà dóna consells al novell, no sempre optimistes, o fins i tot li pren el pèl degut a la ingenuïtat del segon, recordant com li ho feien a ell també quan va arribar al front.
Són aquests moments, com ja hem explicat, els que doten de versemblança i realisme la vida del soldat i de la guerra en sí. Una sensació que s’allunya de l’heroïcitat i del romanticisme, i que en canvi es demostra com amarga, crua i asfixiant. The Pacific és un relat amb més finals tristos que positius, i ens dóna una dura lliçó d’Història que no ho fan altres films al posanr-nos colze amb colze amb els mariners americans a les batalles més dures del Pacífic a la II Guerra Mundial.
Tot i això, el postulat documental no deixa de ser encara una lleugera capa de maquillatge sobre un tribut patriòtic a l’exèrcit americà al més pur estil Spielberg. Una oda com ho foren Saving Private Ryan o Band of Brothers a tots els joves conciutadans que van perdre la vida per a defensar el seu país lluitant contra l’imperialisme japonès o nazi. És per això que parlo de que encara li falta un punt de maduració al cinema bèl·lic nord-americà. A diferència de la relació del nostra país amb la Guerra Civil, o la dels propis americans amb la Guerra del Vietnam, la relació que tenen els EEUU amb la Segona Guerra Mundial és una relació d’amor, on prendre partit no ha suposat mai cap problema. Ells defensaven la integritat del món tal i com el coneixem (entenent, es clar, que, des del punt americà, una bona defensa és sempre un bon atac), i tothom els hi hauria d’estar agraïts.




UNA GENERACIÓ D’ASSASSINS
He arribat a la conclusió que els records amargs no són agradables, i que l’ésser humà sempre és optimista i només es queda amb els moments més positius d’una experiència passada. És per això que les guerres del passat es recorden amb la nostàlgia d’un temps millor, com quan els avis et parlen de la seva joventut. Sí que eren temps durs, molt més durs que els d’ara, però eren diferents, i, en certa manera, es troben a faltar. La nostàlgia desemboca al romanticisme, i del romanticisme es passa a la mitificació. Ja ens ho van demostrar els poetes del segle XIX quan parlaven dels grans cavallers i de les grans gestes d’una època en què la vida es basava en la castració cultural, el fanatisme, l’esclavatge, la violència, la fam i la mort, i on en sí mateixa, la vida, no tenia més valor que una conformista resignació de que en qualsevol moment un lord podia baixar del seu castell, violar-te, robar-te, assassinar-te i tornar a marxar sense que hi poguessis fer res o esperar cap tipus de justícia al respecte. Això mateix ha de passar amb les guerres del segle XX, cada dia una mica més allunyades en el temps i cada cop amb menys testimonis vius. A més, si les tenyeixes d’una tradició de patriotisme i propaganda és difícil entendre-les i intentar tractar-les amb un altre filtre.
És per això que, per a buscar el màxim realisme s’ha de mirar el present. En conclusió, veient que a Spielberg també se li fa molt difícil separar-se d’aquest patriotisme que tradicionalment acompanya a la narrativa bèl·lica, m’he vist obligat a buscar altres referents per a demostrar l’impuls progressista que ha donat la nova ficció televisiva a l’hora d’entendre i de representar el cinema bèl·lic. Sense haver d’anar a buscar gaire lluny, trobem dins de la mateixa HBO i, més concretament, de la seva productora de minisèries històriques, una sèrie firmada pel creador de la immensa The Wire, David Simon: Aquesta sèrie és Generation Kill.
Estrenada l’any 2008 i basada en el llibre homònim d’Evan Wright, adapta en 7 capítols les vivències reals d’aquest reporter de la Rolling Stone quan es va integrar a la Companyia Bravo del 1r Batalló de Reconeixement de la 1a Divisió de Mariners dels EEUU durant la invasió nord-americana d’Iraq l’any 2003; La mateixa divisió en què havien servit Robert Leckie, Eugene Sledge i John Basilone 60 anys enrere.
Que sigui més fàcil tractar amb realisme un fet present que un de passat sembla obvi, però és un tema una mica més complex del què aparenta. És bo no oblidar que estem parlant d’una representació d’un conflicte geopolític actual, i temes com aquests solen ser controvertits; pel què pocs directors americans es volen arriscar a posar el nas o no els demanen. Les raons en sí en són moltes. Deixant de banda paranoies com que un film pugui desencadenar una trama de terrorisme d’estat; Sí que, depenent de com es tracti el tema, el director es pot causar l’enemistat d’un públic americà encara avui en dia molt bel·licista i patriòtic, o d’uns productors adinerats i conservadors.
És cert que el públic occidental, gràcies a la premsa, sobretot la no-institucional, i també, paradoxalment, gràcies a l’avenç i normalització d’ús de les noves tecnologies audiovisuals, ja fa molts anys que va desenvolupant una visió crítica en front a la guerra, al control global de les grans potències occidentals i, més concretament, dels Estats Units, i al paper d’aquest com a policia mundial de facto. Per tant, també és crític amb els seus actes.
Per explicar-ho d’una altra forma, el dispositiu amb el qual el públic rep la guerra avui en dia el fa ser escèptic amb aquesta mateixa guerra. De fet, el públic del segle XXI en sí mateix és escèptic amb tot el què veu. La pròpia forma d’entendre el món, gràcies a Internet, a la pèrdua de fe en les veritats absolutes i a la desmitificació dels referents de la era post-moderna és en sí mateixa antonomàstica i extrapolable a la forma d’entendre la guerra. Com hem dit, gràcies al fàcil accés a la tecnologia de producció audiovisual, distribució on-line i exhibició on-demand que té la gent d’avui en dia, ens arriben moltes més versions de la guerra que les simplement institucionals. Tant d’un bàndol, com d’un altre. I, per resumir-ho en una frase, no es or tot el què llueix. I WikiLeaks sap del què parlo.
David Simon, conegut per les seves obres de crítica social sobre la discriminació racial i classista que encara avui en dia es gesta als Estats Units, va voler amb Generation Kill aportar el seu granet de sorra a aquesta desmitificació, no ja només de la guerra, sinó de les pròpies potències d’occident. I ho ha fet en més d’un aspecte.
Un d’ells és el mite del màrtir per la pàtria que encarnava el voluntari de la Segona Guerra Mundial, i que, als nostres dies, aquest s’ha convertit en un vulgar mercenari assalariat, un simple empleat de la guerra, format en la seva feina i que cobra com qualsevol altre treballador per a dur-la a terme. La única diferència és que al què es dediquen aquestes persones (i això a Generation Kill queda ben clar que en són plenament conscients) és a matar. Simon ho plasma molt bé. El marine d’avui en dia és més cínic respecte a la guerra: Entén la seva tasca com l’acompliment del seu deure amb l’empresa, l’exèrcit –sucursal, al seu torn, de la Casa Blanca– a canvi de diners.
Com hem dit abans, la ficció televisiva permet explorar una coralitat dins de l’exèrcit que dota a la representació dels soldats de versemblança socio-antropològica. Generation Kill n’és un bon exemple, però aquesta sèrie dóna un volta més al concepte respecte sèries com Band of Brothers o The Pacific. Aquesta coralitat es basa a la vegada en una representació fidedigne de la realitat: On potser un altre autor hagués apostat per la visibilitat de tots els col·lectius i la representació de totes les realitats conjuntament, Simon se centra en la representació exacte d’una companyia, fet que acaba per demostrar que els integrants d’aquesta són un grup de persones amb moltes coses en comú. Els soldats americans de la Segona Guerra Mundial eren diferents: John Basilone era de Búfalo, Nova York, i provenia d’una humil família d’italoamericans; Eugene Sledge era fill d’una família adinerada del Sud dels Estats Units; i Robert Leckie era periodista i provenia d’una família de classe mitja. A Generation Kill tots els mariners són d’estrats socials molt similars, més aviat baixos, i en general bastant incultes. Tots es demostren com fervents militants del Partit Republicà, i, fins i tot, enarboren idees força feixistes: Són homòfobs, racistes, misògins, liberals, nacionalistes (entenent totes les connotacions que tenen aquests darrers dos adjectius dins del context nord-americà), violents i generalment bastant políticament incorrectes. Alguns són de ment tancada, i els altres són de ment extremadament tancada. Negres, n’hi ha més que a The Pacific o a Band of Brothers, però n’hi ha pocs. Dones mariners, se’n veuen un parell. Per altra banda, hi ha molts mexicans.


Els soldats escolten rock, rap, canten, tenen referents actuals, són moderns, són joves, més d’un és metrosexual, parlen de masturbar-se, miren porno, tenen diarrea, es queixen a les esquenes dels seus superiors, se’n riuen dels Iraquians i d’Iraq en general (país del qual a penes en saben res), i fins i tot d’ells mateixos, es miren a les Iraquianes amb lascívia, i a les seves companyes mariners també, fan competicions absurdes com un concurs de bigotis, parlen de drogues, tenen converses banals, es fan bromes i arriben fins i tot a inventar i a estendre el rumor que la Jennifer López s’ha mort. En conclusió, acaben per desmitificar per complet la visió romàntica de la guerra. Demostren que la vida real d’un soldat no és èpica. El què bàsicament fan els mariners és conduir pel desert en jornades de 30 hores, prendre amfetamines per no adormir-se, cagar en latrines, fer migdiades de poques hores sota els cotxes blindats, alimentar-se dels subministres de l’exèrcit que els entreguen en sobres de plàstic, que només contenen galetes d’avena i púding ric en nutrients, i de tant en tant ordenar un bombardeig, assegurar una posició estratègica o interrogar els habitants d’algun poblat.
En res s’assemblen al constantment horroritzat Eugene Sledge, que havia d’aprendre a aguantar-se el vòmit a cada dues escenes, al benevolent Robert Leckie, que repartia misericordiosos trets de gràcia als soldats enemics ferits, o al seriós John Basilone, transportant la seva metralleta ardent enmig de les trinxeres, mentre l’assaltaven càrregues i més càrregues de guerrers banzai. A Generation Kill tots els soldats, exceptuant a alguns oficials bastant incompetents, són professionals. No dubten; disparen. No tenen por a la mort; actuen. Ells mateixos es defineixen com la tropa d’assalt més mortífera del Cos de Mariners. Al què es coneix avui en dia com a Modern Warfare, o Front de Guerra Modern, els soldats ja no són les víctimes d’aquest context. A diferència de a Band of Brothers o a The Pacific, a Generation Kill està molt clar qui és qui pateix realment la guerra: La població civil.
És el què ja hem comentat sobre que, per a occident, una bona defensa és sempre un bon atac, i que amb aquesta propaganda es justifiquen barrabassades geopolítiques com les d’Afganistan o la pròpia invasió d’Iraq, que retrata Generation Kill. Unes intervencions armades en nom de la pau mundial que no han fet res més que acabar de destruir la poca (o no tan poca) infraestructura que tenia cada un d’aquests països i permetre que hi regnés l’anarquia i el salvatgisme, situació que els ha acabat portant a convertir-se en el bastió d’Al-Qaida i en Estat Islàmic respectivament. Però això, avui en dia –ja tan acostumats a les conseqüències d’un colonialisme que van dividir el món en dos, un de primer i un de tercer– és sabut per gran part de l’opinió pública, al menys la culta, que occident és opressor amb la resta del món i cada cop es fa més evident i se’n parla més.
A Band of Brothers els enemics eren el poderós Reich Nazi: ordes i més ordes de soldats vestits de negre subjugats als demoníacs designis d’un megalòman Adolf Hitler que va ser capaç de fer tremolar a Europa i al món sencer durant més de cinc anys. Al seu torn, a The Pacific, els mariners s’enfrontava al recentment modernitzat Imperi Nipó, que havia envaït mitja Àsia i gran part del Pacífic, i que havia gosat atacar directa i obertament el territori nord-americà (primer cop que un país estranger ho feia en tota la història dels EEUU) amb legions infinites de soldats tan fanàtics que eren capaços d’entregar les seves vides en atacs suïcides en nom de l’honor de l’Emperador Hirohito. A Generation Kill, en canvi, els mariners es troben disparant contra guerrilles disperses i mal organitzades de baathistes, altres grups autònoms de fedayins i estudiants universitaris que s’han unit a la yihad. Tots vestits de civils i armats amb artilleria lleugera. Els propis soldats americans en moltes ocasions se’n riuen de que els Iraquians no saben lluitar, i del què més por tenen és de que els hi exploti una mina.
No hi ha un combat pròpiament dit. Només ràfegues disperses, petits tirotejos ràpidament contrarestats i algun cotxe bomba. El què vull fer entendre és que a la guerra que va retratar Evan Wright a penes hi ha enemics, més enllà de la resistència civil que lluita per defensar la seva terra d’un enemic amb un poder ridículament asimètric al seu o de les dispersades tropes Sadamistes que encara són fidels a l’antic règim i que van ser contundentment esclafades en un període de només dos mesos. El recompte de baixes de l’exèrcit Americà i la brutal diferència respecte a les tropes de Sadam Husein és absurda.
La invasió, com aquell qui diu, va ser bufar i fer ampolles. El problema va ser la Guerra que va desencadenar després entre les forces d’ocupació occidentals i la resistència local i que ha durat (i encara dura) aproximadament 12 anys, saldant-se un total aproximat en baixes de trenta mil combatents iraquians (entre soldats i guerrillers), cinc mil soldats americans i canadencs i més de cent mil civils. A part de sumir la totalitat del país en un caos tal, que ha permès al grup terrorista actual més gran i pervers del món assentar-hi un califat sencer, convertint-se en el primer grup terrorista de la història moderna en posseir un país de facto sota el seu control, conegut internacionalment com a Estat Islàmic. A més a més, aquest incident ha provocat que els Estats Units, aquest cop recolzats per una gran Coalició Internacional, s’hagin plantejat tornar a enviar tropes a l’Irak.
La Guerra, doncs, continua. I tot aquest desastre no ha estat ocasionat per cap altre autor que l’exèrcit dels Estats Units de forma concreta i les potències occidentals de forma general. A Generation Kill, malgrat no anar tant lluny en la seva narració històrica, sí que s’hi critica també l’abús d’occident cap al tercer món. Occident el simbolitza la 1ª Divisió de Mariners i el tercer món la població civil iraquiana. No hi ha capítol on cap dels soldats no cometi, com a mínim, un crim de guerra o un abús de l’autoritat, ja sigui intencionadament o, fins i tot, i passa bastant sovint, per error. Es bombardegen poblacions civils, es dispara abans d’assegurar a què s’està disparant, es maten civils per accident, s’assassinen presoners de guerra i arriben ordres constantment dels comandaments superiors de contundència màxima cap a qualsevol persona que sigui sospitosa de poder ser un guerriller iraquià. Com a espectador, al menys, et queda clar en aquest conflicte qui és el botxí, desmitificant un cop més la guerra com a acte de salvació i fent èmfasi en què la violència tan sols genera més violència.







CONCLUSIONS
Després d’aquest repàs, encara no he descobert del tot què és el què m’atrau del cinema bèl·lic. El què sí que em queda clar és que existeix una diferència entre el cinema bèl·lic pensat purament per entretenir, amb un plantejament de gran blockbuster d’acció, i un altre de ben diferent que se centra en la reconstrucció històrica de l’experiència de la guerra, el seu context i la vida del soldat.
Pel què fa a aquest segon apartat, la televisió i la nova narració serial televisiva han ajudat enormement a potenciar aquesta nova visió que jo anomeno “documentalista” de la guerra. La dilatació temporal i la serialització permet dedicar temps als petits detalls, a desenvolupar les relacions personals i a jugar amb la temporalitat. Aquesta és una especificitat de la televisió que no és concreta només pel gènere bèl·lic sinó que es pot extrapolar a qualsevol altre gènere, però el cas és que el cinema de guerra també en veu i se n’aprofita.
En aquest treball hem fet una revisió de les sèries Band of Brothers, per centrar-nos en com el llenguatge televisiu permet ampliar els horitzons cinematogràfics des del punt de vista de la representació del soldat; The Pacífic, per mostrar-nos que es pot proposar una obra que sàpiga compaginar els moments bèl·lics més “atractius” amb una intenció de fidelització històrica en la recreació de la quotidianitat del soldat; i Generation Kill, per tractar el tema de la controvèrsia de la guerra real i de la desmitificació de la guerra de les pel·lícules.
Així doncs, la televisió ha permès mostrar una altra cara de la guerra que fins ara només era territori dels documentals i dels noticiaris, però sense perdre l’essència de la narrativa de ficció, i fer-ho amb una delicadesa i una precisió que no permet un llargmetratge. El front de batalla s’ha convertit en un lloc inhòspit i cru, sense herois ni grans gestes. Tant sols pols, suor, pólvora i sang. Esperem, doncs, que aquest enfocament realista i més progressista serveixi de porta per a educar a una població futura a menysprear les accions bèl·liques i destructives, i a emocionar-se, en canvi, pels qui construeixen un món nou basat en la pau i la fraternitat universal. Perquè, com em repeteix sempre la meva àvia, no haguem de passar per un guerra com la que va haver de viure ella.
26/03/2014




[1] Saving Sergeant Niland. Neotorama. Juny de 2011. http://www.neatorama.com/2011/06/06/saving-sergeant-niland, última revisió el 18 de març de 2015.
[2] GARCÍA, Marco A. The Pacific. Críticas en serie.com. Maig del 2013. http://www.criticasenserie.com/2010/05/pacific.html , última revisió el 10 de març del 2015.

[3] SMITH, Emily. The Tom Hanks Handbook: Everything you need to know about Tom Hanks. Tebbo. 2011. Pàgina 390.