JONES, Owen. Chavs: La demonización de la clase obrera. Capitán Swing libros.
Madrid, 2011.
A diferencia
de lo que pasa con la misoginia, la xenofobia o la homofobia, aún no es
políticamente incorrecto referirse despectivamente a los chavs. Incluso se ha vuelto socialmente respetable. El problema no
está en el prejuicio, sino de dónde ha salido éste. Las clases dirigente
explotan ese odio y ese miedo de las clases medias hacia las clases obreras
para mantener el orden establecido. Un miedo que en la mayoría de veces es
infundado, pues muchos de los portavoces de ese miedo no están en contacto con
las clases bajas y se basan en clichés y generalizaciones.
Después de la
Segunda Guerra Mundial se empieza a hablar de la clase obrera en el cine y la
literatura, por primera vez, de forma humanizada y realista (un poco idealizada,
sí, tal vez). Pero con los 80 llegó el declive socialista, y el auge
neoliberal, que creó un entorno dónde era posible desprestigiar a las clases
obreras en los medios. A partir de los 2000 irrumpe el término Chav, que engloba todos los peyorativos
de la clase obrera en un solo prototipo de persona: Vulgar, poco culta, vaga, precoz
y promiscua en la adolescencia, considera no moderada de alcohol y drogas, intolerante
y racista, de conducta violenta y vandálica, hooligans, con poca o
nula educación y mucho menos clase y estilo…
El termino Chav ha caricaturizado a todo un
estamento de la sociedad, vulgarizándolo hasta tal punto que se han convertido
en los nuevos bufones de la Gran Bretaña, en el entretenimiento nacional. Son
un blanco legítimo para los medios, y cualquier cosa se puede decir en su
contra. De repente, la clase social pareció convertirse en una elección de
estilo de vida, y la pobreza en una broma de mal gusto. Todo mal comportamiento
pasó a ser una elección personal, y no una causa del sistema. Se abolió del
imaginario común el concepto de mejoría colectiva a favor del de mejoría
personal. La sociedad se volvió individualista. Y como uno solo no se puede
enfrentar al sistema, el mundo quedó cerrado para ellos. Los medios de
comunicación los excluyeron, la política los excluyó. A partir de ese entonces
el sistema era de, para y dirigido a la pequeña clase media. Se confundió, una
vez más, a un pequeño sector por el representativo en una sociedad. Y los
medios alentaron a aspirar a esa clase media, en vez de arreglar los problemas sociales.
Los acechaban
las derechas, pero también las izquierdas progresistas, que los tachaban de
racistas e incapaces de integrarse en la sociedad multicultural; hasta el punto
de llegar a ser considerados ellos mismos una minoría étnica, con la
consecuente de que todos sus problemas quedaban reducidos a una cuestión de
raza. Esa crisis de identidad ha fomentado el mismo desprecio de la clase
obrera blanca hacia los inmigrantes. Los partidos de extrema derecha están al
alza en toda Europa. No es que la gente sea más racista, sino que es una
reacción a la marginalidad y a la debilidad de las izquierdas tradicionales
para recuperar la confianza de los obreros. La propia animadversión reafirma
más la caricatura del chav, como una
persona racista. Han logrado dividir a la clase obrera en etnias.
Ahora todos
somos clase media. Los ricos se definen en falsa modestia como clase
trabajadora, y una buena parte de la clase trabajadora se define como clase
media, por la vergüenza de ser asociados con la incultura o la pobreza. Hay una
crisis de identidad. El término clase obrera se ha vuelto peyorativo, cuando la
clase trabajadora se define solamente como aquellas personas que trabajan para
otras sin demasiada autonomía y que con eso subsisten. ¿Y por qué? Pues porque
si borramos a la clase obrera, no hay necesidad de implementar políticas de
subsidio para los más necesitados. Con la consecuente, ellos seguirán siendo
pobres (y cada vez más), mientras que los ricos seguirán enriqueciéndose, a
costa de las penalidades de los demás. El odio a los chavs justifica el mantenimiento del orden establecido.
Pero es un
engaño. La precariedad laboral ha aumentado respecto a los 50’ y 60’ y hay
menos organización sindical. Con eso, se ha conseguido aumentar la
productividad sin tener que subir los sueldos. La nueva economía de servicios
provoca que la gente trabaje sin orgullo, se creen estatus inferiores y se
desprestigien trabajos que son socialmente necesarios.
El propio
sistema educativo se ha visto afectado por esta nueva corriente. Hay un vínculo
muy fuerte entre la educación y la clase social. El capital cultural y el
entorno cultural en la infancia son catalizadores de las posibilidades
laborales del futuro ciudadano. La clase media puede permitirse mantener a sus
hijos mientras estos se forman sin remuneración, y ganan la experiencia
requerida para acceder a puestos más cualificados y de mayor importancia
laboral. Los colegios privados son la forma de garantizar que los hijos tengan
un futuro en la cima. La clase obrera ya ni contempla la posibilidad de ir a la
universidad. En comunidades deprimidas, dónde el paro es abundante, los chicos
no tienen referentes y no confían en una educación que no les va a llevar a
ningún sitio. Porque no hay trabajo al final de ésta. Por lo tanto, se podría
decir que hay mucha relación entre lo que gana un padre y lo que llegará a
ganar su hijo. Se perpetúa la clase.
Y como no hay
trabajo, son muchas las familias que recurren al trabajo en negro para
subsistir. El sistema de prestaciones es injusto e ineficiente. Hay mucha más
demanda que oferta de empleo. Y eso aún incrementa más los prejuicios hacia los
chavs, como parásitos del sistema,
gorrones y criminales, cuando es justamente gracias a esta demonización que se
les está quitando lo poco que tienen. Los reporteros buscan historias estrafalarias
que hacen pasar por representativas. Y esas son las excusas de los partidos
conservadores y neoliberales para atacar el estado del bienestar. Cuando los
culpables de crear estos guetos de pobreza no son otros que la clase dirigente
y sus malas políticas sociales. Así se demoniza a la clase obrera. Y con esa
excusa se recortan prestaciones sociales.